COMPARTIR LA PALABRA Beto era miembro rudo de una pandilla agresiva en una gran ciudad. A menudo pasaba los sábados por la noche yendo de un bar a otro, bebiendo y buscando peleas para entretenerse. No era infrecuente que rompiera una botella de cerveza en un mostrador y se pusiera a pelear a botellazos con un miembro de otra pandilla. Su meta era herir al otro antes de que lo hirieran a él. Beto era rudo, realmente rudo. Pero su metro ochenta, su aspecto corpulento, músculos desarrollados y apariencia de no tener miedo a nada solo enmascaraban un doloroso anhelo de encontrar paz y un verdadero propósito para su vida. Un día, un amigo adventista lo invitó a una de nuestras reuniones evangelizadoras. Hacia allí fue en su motocicleta Harley-Davidson, con su campera de cuero negro, jeans desgastados y botas de motociclista: no tenía la apariencia de sentir algún interés espiritual. Pero había algo acerca de Beto que iba más allá de las apariencias. Eran sus ojos. Parecían ind...