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CBA LIBRO DE MATEO CAPÍTULO 18

CBA Libro de Mateo capítulo 18

1. En aquel tiempo. 
Las instrucciones que Mateo registra aquí fueron impartidas el mismo día del episodio del impuesto del templo. Con referencia a las circunstancias de este acontecimiento y lo que acababa de ocurrir, ver com. cap. 17: 24-27. La disputa de los discípulos que ocasionó la instrucción presentada aquí había ocurrido en el reciente viaje por Galilea (Mar. 9: 30; DTG 399), y al parecer, culminó cuando el grupo llegó a Capernaúm. Sin duda, cuando Jesús habló de ir de nuevo a Jerusalén (Mat. 16: 21) -de donde, según la cronología seguida por este Comentario , habrían estado ausentes durante casi año y medio (ver com. Juan 7: 2)-, había hecho revivir en el corazón de los discípulos la esperanza errónea (ver com. Mat. 16: 13, 21; Luc. 4: 19) de que Jesús estaba a punto de inaugurar su reino (ver com. Mat. 14: 22). 

Evidentemente todo el discurso del cap. 18 fue presentado en una misma ocasión. Así como ocurrió con el Sermón del Monte (ver com. cap. 5: 2), cada uno de los evangelistas incluye porciones no mencionadas por los otros. Salvo algunas pequeñas variaciones (ver Mar. 9: 38-41, 49-50), el relato de Marcos es muy similar al de Mateo. En aquellas partes del discurso que han sido registradas por Mateo y Marcos, el relato de Marcos tiende a ser más completo y más detallado que el de Mateo. Pero Mateo incluye toda una sección (cap. 18: 10-35) que falta en Marcos y en Lucas. Lucas sólo relata brevemente el discurso, aunque en otros pasajes menciona enseñanzas similares presentados por Jesús en otras ocasiones. Por lo tanto, el registro de Mateo es el más completo. Bien podría dársele a este sermón el título: "Cómo hacer frente a diferencias de opinión y disputas que surgen en la iglesia". El grave problema que dio origen a este sermón fue el serio conflicto de personalidades entre los doce, problema que debía resolverse si se había de conservar la unidad del grupo. Con referencia a la importancia de la unidad de los creyentes, ver Juan 17: 11, 21-23 y com. cap. 17: 21, 23. 

Los discípulos vinieron. 
Al retornar a Capernaúm los discípulos habían procurado ocultar a Jesús el espíritu de rivalidad que los embargaba (DTG 399). Jesús sabía lo que estaban pensando, pero no les dijo nada en el momento. Ahora, poco después de su regreso, surgió la oportunidad de tratar el problema con ellos. A primera vista, Mateo y Marcos no parecen concordar en cuanto a cómo surgió el tema en esta ocasión. Mateo afirma que los discípulos iniciaron el asunto, al paso que Marcos informa que Jesús comenzó la conversación (Mar. 9: 33). Sin embargo, pueden armonizarse los dos relatos de la siguiente manera: Mientras Pedro estaba pescando para conseguir el dinero del tributo (ver DTG 401; com. Mat. 17: 27), Jesús habló del asunto con los once, quizá en la casa de Pedro (ver com. cap. 17: 24), pero ellos no querían tratar el tema. Después que Pedro volvió, uno de los doce se atrevió a hacerle a Jesús la misma pregunta que habían estado discutiendo entre sí en secreto (DTG 401-402). 

¿Quién? 
Literalmente, "¿quién es, pues?" " (BJ). Puede suponerse que la palabra "pues" (Gr. ára ) sirve para relacionar esta pregunta con la que Cristo había formulado anteriormente mientras Pedro estaba ausente. Unos seis meses más tarde Jacobo y Juan, por medio de su madre, pidieron que Jesús les concediera lugares de preeminencia en su reino (cap. 20: 20-21). Después de la entrada triunfal en Jerusalén y después de que Jesús hubo afirmado que era el Señor del templo, surgió nuevamente la cuestión de los primeros lugares en el reino; y en la misma noche cuando Jesús fue entregado (ver com. Luc. 22: 24) se discutió de nuevo sobre el tema. Los discípulos se Consideraban como los más encumbrados dignatarios del reino. El tener un elevado puesto en el reino fruto de su imaginación ocupaba el primer lugar en sus pensamientos, hasta el punto de excluir lo que Jesús les había dicho acerca de sus sufrimientos y de su muerte. Sus ideas preconcebidas eran una infranqueable barrera mental para la verdad que Cristo quería impartirles. 

El reino de los cielos. 
Con referencia a la verdadera naturaleza del reino de Cristo, ver com. cap. 4: 17; 5: 2. Acerca de las ideas equivocadas que tenían los judíos en cuanto a esto, ver com. Luc. 4: 19. 

3. Os volvéis. 
"Si no cambiáis" " (BJ). Gr. stréfÇ ," volver", "darse vuelta"; y en relación con la conducta, "cambiar de opinión", "cambiar de posición". En el uso bíblico, stréfÇ equivale al Heb. shub , empleado comúnmente en el AT para hablar de "volverse" al Señor (ver Eze. 33: 11; com. Jer. 3: 12; Eze. 14: 6; 18: 30). Los discípulos estaban discutiendo quién sería el mayor en el reino de los cielos porque no comprendían la verdadera naturaleza del reino de la gracia divina (Mat. 18: 1; DTG 402). Pero había una razón más importante por la cual discutían: no estaban verdaderamente convertidos (DTG 402). Si no se volvían para seguir a Cristo, si no se negaban a sí mismos como lo había hecho él (Fil. 2: 6-8), sus deseos se identificarían cada vez más con los del maligno (Juan 8: 44). Por eso Jesús procuró hacerles entender el principio de la verdadera grandeza (ver com. Mar. 9: 35). Si los discípulos no aprendían este principio, ni siquiera entrarían en el reino, y mucho menos tendrían elevados puestos en él. 

Os hacéis como niños. 
El espíritu de rivalidad acariciado por los discípulos era pueril, pero Cristo quería que se volvieran como niños en otro sentido. Con referencia a la actitud personal de Jesús para con los niños, ver com. Mar. 10: 13-16. 

No entraréis. 
En el griego aparece aquí una doble negación que destaca la completa imposibilidad de entrar. Dos situaciones que surgieron algún tiempo más tarde (Mat. 20: 20-28; Luc. 22: 24-30) hicieron ver cuán imperfectamente los discípulos habían aprendido la lección que Cristo procuraba enseñarles. 

4. Se humille. 
Ver com. cap. 11: 29. con referencia a otras ocasiones cuando Cristo impartió instrucciones acerca del valor de la humildad como rasgo de carácter, ver Mat. 23: 8-12; Luc. 14: 11; 18: 14. 

5. Un niño. 
Jesús prosigue mostrando la comparación entre ciertas admirables características frecuentes en la niñez y las de aquellos que son verdaderamente grandes en el reino de los cielos, donde la única grandeza es la del carácter. Si bien Jesús estaba hablando aquí también de niños literales, se refería en primera instancia a los que eran aún "niños" en el reino de los cielos, es decir, que eran cristianos inmaduros (cf. 1 Cor-. 3: 1-2; Efe. 4: 15; Heb. 5: 13; 2 Ped. 3: 18; DTG 408). 

Me recibe. 
La narración de Mateo omite una sección del discurso de Jesús. Fue pronunciada en respuesta a una pregunta hecha por Juan acerca de la actitud que debía asumirse para con otros que no estuvieran directamente relacionados con los seguidores inmediatos de Cristo (ver com. Mar. 9: 38-41). 

6. Haga tropezar. 
Gr. skandalízo , "hacer caer en una trampa", "hacer tropezar" (ver com. cap. 5: 29). Aquí, Jesús se refiere en primera instancia a cualquier cosa que desuniera a los hermanos. Pablo amonesta a los cristianos maduros a que no hagan nada que hiciera tropezar al cristiano débil en la fe (1 Cor. 8: 9-13). 

Estos pequeños. Los "pequeños" son los que creen en Jesús (Mat. 18: 6; ver com. vers. 5). Jesús posiblemente estaba pensando en algunos de sus discípulos que eran aún niños 436 en la fe y que podrían ser heridos por las actitudes de otros. 

Una piedra de molino de asno. 
Gr. múlos onikós , una piedra de molino grande, tan pesada que se necesitaba un asno para hacerla girar. Con referencia al molino pequeño de mano, ver com. cap. 24: 41. 

7. Es necesario. 
Es decir, es inevitable que haya motivo de tropiezos. Los tropiezos no son necesarios en los propósitos y los planes de Dios, pero es imposible evitarlos por causa de la naturaleza humana (DTG 405; cf. Luc. 17: 1). 

¡Ay de aquel hombre! 
Ay de aquel que por precepto o por ejemplo induzca a otros a equivocarse o los desanime para que no sigan en las pisadas de Jesús. 

8. Tu pie te es ocasión de caer. 
Con referencia a la naturaleza figurada de esta declaración, ver com. cap. 5: 29-30. Después de hablar de motivos de tropiezo ocasionados por otros (cap. 18: 5-7), Jesús habla de malos hábitos y tendencias en la vida de uno mismo. "Un pecado acariciado es suficiente para realizar la degradación del carácter, y extraviar a otros" (DTG 406; ver com. Juan 14: 30). 

9. Infierno de fuego. 
Ver com. cap. 5: 22. Aquí la narración de Mateo omite una sección del discurso de Jesús que se basa en una ilustración que tiene que ver con fuego y con sal (ver com. Mar. 9: 49; Mat. 5: 13). 

10. Ven siempre el rostro. 
En el uso idiomático hebreo, ver el rostro de alguien significa tener acceso a esa persona (Gén. 43: 3, 5; 44: 23). El hecho de que los ángeles siempre tengan acceso a la presencia del Padre asegura a los cristianos más débiles que Dios se preocupa con ternura hasta por el bienestar del más humilde de sus hijos terrenales (ver com. Isa. 57: 15). 

12. Va. 
Ver com. Luc. 15: 4-7. Dios ha tomado la iniciativa para efectuar la salvación del hombre. La salvación no consiste en que el hombre busca a Dios, sino en que Dios busca al hombre. El razonamiento del hombre no ve en la religión más que intentos humanos por encontrar la paz del alma y resolver el misterio de la existencia, por hallar solución para las dificultades e incertidumbres de la vida. Es verdad que en lo profundo del corazón humano hay un anhelo de estas cosas, pero el hombre por sí mismo nunca puede encontrar a Dios. La maravilla de la religión cristiana es que reconoce a un Dios que cuida al hombre hasta el punto de que ha dejado todo lo demás a fin de buscar y "salvar lo que se había perdido" (Luc. 19: 10). 

Se había descarriado. 
Gr. planáÇ , "extraviarse", "vagar", "llevar al error". Planeta viene del Gr. plan't's , que significa "errante" (Jud. 13). Se les dio este nombre a los planetas del sistema solar porque parecen "vagar" entre las estrellas denominadas "fijas". 

14. No es la voluntad. 
Dios no quiere " "que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" " (2 Ped. 3: 9). Es la voluntad de Dios que "todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad" (1 Tim. 2: 4). 

15. Por tanto. 
Aquí Jesús inicia una nueva sección de su enseñanza, pero que está estrechamente relacionada con las ideas que la preceden, especialmente con las de los vers. 12-14. En la parábola de la oveja perdida, Jesús destaca la gran preocupación que siente el Padre por "uno de estos pequeños" (vers. 14) que se ha extraviado (ver com. vers. 12). Ahora presenta la actitud que debería asumir un cristiano para con su hermano que lo ha injuriado (vers. 15-20). 

Peca. 
Gr. hamartánÇ , literalmente, "errar al blanco" y por lo tanto "hacer mal", "pecar". El hermano que peca es evidentemente el mismo representado por la oveja que se ha descarriado (ver com. vers. 12). 

Ve y repréndele. 
Ver com. Lev. 19: 17-18; cf. Gál. 6: 1. Esto es más que una sabia amonestación; es una orden. "Somos tan responsables de los males que podríamos haber detenido como si los hubiéramos cometido nosotros mismos" (DTG 409). 

Tú y él solos. 
Hacer circular informes acerca de lo que el hermano pueda haber hecho, hará difícil, o aun imposible, ganarle el corazón. Quizá en este punto, más que en cualquier otro aspecto de las relaciones personales, tenemos el privilegio de aplicar la Regla de Oro (ver com. cap. 7: 12). Cuanto menos publicidad se le dé a una acción equivocada, tanto mejor. 

Has ganado a tu hermano. 
Alguien ha dicho que la mejor forma de deshacerse de los enemigos es transformarlos en amigos. El talento de la influencia es un sagrado tesoro confiado por Dios, del cual inevitablemente seremos llamados a dar cuenta en el día del juicio. " "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios" " (ver com. cap. 5: 9). 

16. Si no te oyere. 
Es decir, si no está dispuesto a admitir que hizo mal, a modificar su conducta y a reparar, hasta donde sea posible, los errores del pasado. 

Uno o dos. 
Se supone que se trata de personas que no están implicadas personalmente en el asunto, y que están en mejores condiciones para expresar ideas libres de prejuicio y para aconsejar al hermano que ha errado. Si éste no oye sus admoniciones, pueden dar testimonio de que se han realizado esfuerzos para ayudarlo y también ser testigos de los hechos del caso. 

Dos o tres testigos. 
Ver com. Deut. 17: 6; 19: 15. Según la ley hebrea, nadie podía ser castigado por el testimonio de un solo testigo. También corresponde recordar que en cada desacuerdo hay dos lados y que ambas partes merecen ser oídas con imparcialidad antes de que pueda tomarse una decisión. 

17. Iglesia. 
Gr. ekkl'sía . Originalmente se empleaba ekkl'sía para designar a una asamblea de ciudadanos reunidos para considerar asuntos cívicos. En la LXX se emplean las palabras griegas sunagÇg' , "sinagoga", y ekkl'sía para designar a la "congregación" de Israel. Como sunagÇg' se fue usando más específicamente para designar una reunión religiosa de judíos, fue natural que los cristianos prefirieran ekklesía para referirse a sus reuniones. En el uso cristiano, ekkl'sía podía aplicarse al lugar de adoración o al conjunto de adoradores, estuvieran reunidos o no. Aquí la iglesia es el conjunto de creyentes en un determinado lugar, que actúan de forma colectiva, y no la iglesia universal que aparece en el cap. 16: 18. 

Tenle por gentil y publicano. 
Es decir gentil y recaudador de impuestos. Cuando el hermano se niega a aceptar el consejo de la iglesia, se separa de la comunión de ella (DTG 408). Esto no quiere decir que deba ser despreciado, rehuido o descuidado. A partir de este momento, debieran realizarse esfuerzos por él como si se tratara de alguien que no pertenece a la iglesia. Al trabajar en favor de una persona que se ha separado así de la iglesia, los hermanos deberían tener cuidado de no asociarse con ella de tal modo que parezca que ellos comparten su punto de vista o participan de su mala conducta. 

18. Todo lo que atéis. 
Ver com. cap. 16: 19. Aquí la autoridad de atar y de desatar es encomendada a la iglesia (ver com. cap. 18: 17), pero aun en este caso la ratificación celestial de la decisión terrenal sólo se efectuará si la decisión está en armonía con los principios celestiales. Todos los que tratan con los hermanos que yerran, deberían recordar siempre que están ocupándose del destino eterno de las almas, y que los resultados de su labor bien podrían ser eternos (DTG 410). 

Se pusieren de acuerdo. 
En su oración intercesora en la noche cuando fue entregado, Jesús hizo hincapié repetidas veces en la importancia de la acción unida de parte de los miembros de la iglesia (Juan 17: 11, 21-23). En este caso, aquello en lo cual deben ponerse de acuerdo los dos es específicamente la forma de actuar en relación con el hermano descarriado (Mat. 18: 16-18). 

20. En mi nombre. 
Ver com. Mat. 10: 18, 42; cf. 1 Cor. 5: 4. Una idea similar aparece en la Mishnah donde se dice que "si dos se sentaren, juntos y las palabras de la Ley [son habladas] entre ellos, la Presencia Divina descansa entre ellos" ( Aboth 3. 2). Si bien la afirmación de Mat. 18: 20 es correcta en un sentido general, dentro del contexto del capítulo (vers. 16-19) se refiere en primera instancia a la iglesia en su misión oficial de reprender a un miembro que ha cometido una falta. 

21. Se le acercó Pedro. 
Quizá por razón de su temperamento (ver com. Mar. 3:16), Pedro solía ser el primero en responder a las preguntas que se formulaban a los doce, en hacer preguntas o en sugerir lo que debía hacerse (ver com. cap. 14: 28; 16: 16, 22; 17: 4; etc.). 

¿Cuántas veces? 
En forma directa o indirecta, Jesús dedicó buena parte de lo registrado en el cap. 18 a las enseñanzas acerca de la actitud que debe asumir un cristiano para con el hermano ofensor, sobre todo si la ofensa es personal. Pedro acepta tácitamente la idea de ser paciente con su hermano, pero quisiera saber hasta cuándo debe tratarlo con bondad antes de sentirse libre de adoptar una actitud más dura y procurar un desagravio. 

¿Hasta siete? 
Algunos han sugerido que los rabinos, fundándose en una falsa interpretación de Amós 1: 3, decían que sólo podía perdonarse tres veces al hermano. Plenamente consciente de que Jesús siempre interpretaba la ley en forma más amplia que los escribas (ver com. Mat. 5: 17-18), Pedro intenta aquí adivinar el punto límite de la paciencia que Cristo podría recomendar, y empleó el número siete, que generalmente representaba la perfección (PVGM 190). Pero el perdonar a una persona siete veces y nada más, sería otorgar un perdón limitado. 

El perdón, ya sea de parte de Dios o del hombre, es mucho más que un acto judicial. Es el restablecimiento de la paz donde ha habido conflicto (Rom. 5: 1). Pero el perdón es aún más que eso: incluye también los esfuerzos por restablecer al hermano que ha errado. 

22. Setenta veces siete. 
La sintaxis de esta frase es ambigua en el griego por lo cual algunos han entendido que Jesús dijo que debían perdonar setenta y siete veces (cf. un problema similar en el hebreo de Gén. 4: 24). Evidentemente, el número en sí no es importante pues es sólo simbólico. Cualquiera de las cifras armoniza con la verdad que aquí se enseña, es decir, que el perdón no es asunto de matemáticas ni de reglas o leyes, sino de actitud. El que alberga la idea de que en algún momento futuro no perdonará a alguien, está lejos de conocer el verdadero perdón aunque pueda parecer que está perdonando. Si el espíritu del perdón mueve el corazón, una persona estará tan dispuesta a perdonar al alma arrepentida por octava vez como lo estuvo la primera vez, o la vez número 491 como lo estuvo la octava vez. El verdadero perdón no es limitado por números. Además, no es el acto el que vale, sino el espíritu que lo motiva. "Nada puede justificar un espíritu no perdonador" (PVGM 196). 

23. Un rey. 
Puesto que esta parábola representa el trato del Señor con nosotros y la forma como deberíamos tratar a nuestros prójimos, el rey representa a Cristo. 

24. Le fue presentado uno. 
Sólo un funcionario de elevada jerarquía podría estar endeudado como lo estaba este siervo. 

Diez mil talentos. 
Esta suma equivaldría a unos 340.000 kg de plata, lo que habría permitido emplear a 10.000 jornaleros durante unos 20 años. 

25. No pudo pagar. 
En la antigüedad, y hasta tiempos relativamente recientes, aun en los países occidentales, podía enviarse a la cárcel a los deudores. En el Cercano Oriente el deudor podía ser vendido por su acreedor como esclavo junto con su familia. En este caso, el señor ordenó que fuera vendido con su familia y todas sus posesiones. Según las disposiciones de la ley mosaica, un hebreo podía venderse a sí mismo o ser vendido por un acreedor, pero era vendido sólo por un tiempo limitado (ver com. Exo. 21: 2; Lev. 25: 15; Deut. 15: 12). Además, las disposiciones legales protegían a esa persona del trato duro que solía dársele a un esclavo (ver com. Lev. 25: 39; Deut. 15: 15). Debería recordarse que la parábola tiene por meta enseñar una verdad central, y que muchos de sus detalles son de poca importancia y se añaden sólo a fin de redondear la historia (PVGM 224). La parte de la parábola que habla de que el siervo había de ser vendido como esclavo no debe interpretarse en el sentido de que Dios vende a alguien como esclavo. Con referencia al uso de parábolas por parte de Jesús y a la interpretación de parábolas, ver pp. 193-197. 

27. Le perdonó la deuda. 
En forma figurada, la deuda representa el registro de pecados computados contra nosotros. Así como el deudor de la parábola, somos completamente incapaces de cancelar esa deuda. Pero cuando nos arrepentimos de verdad, Dios nos libra de la deuda. Comparar esta parábola con la de los dos deudores (ver com. Luc. 7: 41-42). 

28. Halló a uno. 
No se dice si lo encontró por casualidad, o si salió a buscarlo; pero esto no importa para la lección de la parábola. 

Cien denarios. 
En sí la deuda era de cierta importancia, pues el denario representa el jornal de todo un día para el trabajador común (ver com. cap. 20: 2). Sin embargo, en comparación con la primera deuda (ver com. vers. 24), ésta era insignificante. 

30. No quiso. 
Este acreedor despiadado era implacable en su demanda de que se le pagara lo que se le debía. Es difícil concebir tal falta de compasión. Su egoísmo, que le impedía ver la magnitud de su propia deuda y apreciar la grandeza de la misericordia que se le brindaba, lo llevó a ser inhumano con su conservo. 

31. 
Se entristecieron. 
Posiblemente los consiervos acostumbraban protegerse mutuamente ocultando al rey los pequeños hurtos hechos a expensas de su señor, el rey, pero en esta ocasión no pudieron reprimirse de delatar a su consiervo al observar un proceder tan desconsiderado. 

34. Su señor, enojado. 
Notar el contraste con la compasión que el rey había manifestado cuando la deuda era con él mismo. El rey podía tolerar con paciencia esa pérdida, porque para él era algo de poca importancia. Pero la injusticia hecha a uno de sus súbditos provocó en él una justa indignación. 

Verdugos. 
La palabra griega empleada aquí es la que se usa habitualmente para designar a los carceleros o a los verdugos. Su sentido literal es "el que atormenta". 

35. Así también. 
El que se niega a perdonar a otros, desecha la esperanza de ser perdonado él mismo. Esta es la gran lección de la parábola: el abismal contraste entre la crueldad y la falta de misericordia del hombre para con sus prójimos y la longanimidad y la misericordia de Dios para con nosotros. Antes de que acusemos a otros o exijamos de ellos lo que nos corresponde, haríamos bien en considerar primero el modo en que Dios nos ha tratado en circunstancias similares y cómo querríamos que otros nos trataran si la situación se invirtiera (ver com. cap. 6: 12, 14-15). En vista de la infinita misericordia de Dios para con nosotros, deberíamos también manifestar misericordia para con otros. 

De todo corazón. 
La falla que había en la pregunta de Pedro (ver com. vers. 21-22) era que el perdón al cual hacía referencia no provenía del corazón, sino que era más bien un perdón legal, rutinario, basado en el concepto de lograr la justificación mediante obras. ¡Cuán difícil le resultaba a Pedro captar el nuevo concepto de una obediencia cordial, impelida por el amor a Dios y a sus prójimos! Así concluye la respuesta de Jesús a la pregunta de Pedro (vers. 21), respuesta que también abarca indirectamente la pregunta acerca de quién sería el mayor en el reino de los cielos (vers. 1). El mayor es, sencillamente, aquel que de todo corazón reflexiona en la misericordia de su Padre celestial y la refleja en el trato con sus prójimos. Esta es la verdadera medida del carácter en nuestro trato con nuestros prójimos. 

Tal como lo declaró Jesús en forma enfática en el Sermón del Monte, lo que determina la naturaleza de cualquier acción es lo que la motiva. Por eso, aun las acciones que parecen ser buenas, si son realizadas con el propósito de comprarse la estima de los hombres, no tienen valor a la vista del cielo (cap. 6: 1-7). Las palabras de perdón, si bien son importantes, no son decisivas a la vista de Dios. Más bien, es importante la actitud del corazón que imparte a las palabras esa plenitud de significado que de otro modo no tendrían. La pretensión de perdonar, ya sea motivada por las circunstancias o por propósitos ulteriores, puede engañar a aquel a quien es concedido el perdón, pero no engaña al que escudriña el corazón (1 Sam. 16: 7). El perdón sincero es un aspecto importante de la perfección cristiana (ver com. Mat. 5: 48). 

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