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CBA LIBRO DE LUCAS CAPÍTULO 15


Evangelio Según Lucas Capítulo 15
Comentario Bíblico Adventista

1. Se acercaban. 
[ Parábola de la oveja perdida, Luc. 15: 1-7. Cf. com. Mat. 18: 12-14; Juan 10: 1-18. Con referencia a parábolas, ver pp. 193-197.] La posición que ocupan las parábolas de este capítulo en el Evangelio de Lucas, es la única información que tenemos en cuanto al momento y el lugar cuando fueron presentadas. En los cap. 9: 51 al 19: 28 se registran acontecimientos relacionados con el ministerio en Perea (ver com. Luc. 9: 51; Mat. 19: 1-2), quizá desde fines del otoño (noviembre-diciembre) del año 30 hasta comienzos de la primavera (marzo-abril) del año 31. Parece que, por lo menos, las dos primeras parábolas del cap. 15, y posiblemente también la tercera, fueron pronunciadas en una misma ocasión (PVGM 151), en los campos de pastoreo de Perea (PVGM 145). En este momento sólo faltaban unos dos meses para la crucifixión (ver com. Mat. 19: 1-2; Luc. 10: 25; 11: 37; 12: 1). Jesús expuso en estas parábolas el significado de este acontecimiento. 

Todos los publicanos y pecadores. 
El griego tiene un artículo para cada nombre, por lo cual deben considerarse como grupos diferentes. En algunos casos se los considera como un solo grupo (ver com. cap. 5: 30). Con referencia a los publicanos y recaudadores de impuestos, ver com. cap. 3: 12. Es probable que entre los "pecadores" estuvieran los que no pretendían buscar la justicia de acuerdo a la forma prescrita por la tradición rabínica, junto con las rameras, los adúlteros y otros cuyas vidas violaban abiertamente la ley. Los estrictos fariseos también consideraban que el pueblo común, el 'am ha'árets, "gente de la tierra", que no había tenido el privilegio de recibir una educación rabínica eran pecadores y estaban excluidos de ser considerados como respetables. El nombre fariseo (ver p. 53) significa que los miembros de ese partido se consideraban superiores al pueblo común, y se daba por sentado que eran más justos que la gente común. 

El empleo de la palabra "todos" podría referirse al hecho de que dondequiera Jesús iba durante esta parte de su ministerio, los publicanos y los pecadores de la región se congregaban para escucharlo. Este interés disgustaba aún más a los escribas y fariseos, porque éstos despreciaban a esa clase de gente, la cual, a su vez huía de aquéllos. Los dirigentes religiosos estaban irritados porque Jesús trataba con simpatía a esos despreciados de la sociedad (ver com. Mar. 2: 15-17), y porque ellos a su vez le respondían (PVGM 145). 

2. Y los fariseos y los escribas. 
"Los fariseos y los escribas" se mencionan aquí como dos grupos diferentes, así como "los publicanos y pecadores" del vers. 1 constituían también dos grupos. Con referencia a los escribas y a los fariseos, ver pp. 53-54, 57. Algunos de los que en esta ocasión criticaron a Jesús, más tarde le aceptaron como su Mesías (PVGM 151). 

Murmuraban. 
Gr. diagoggúzo, forma enfática del verbo goggúzo, "murmurar", "quejarse" (ver com. Luc. 5: 30; Mat. 20: 11). Sin duda, algunos eran espías comisionados por el sanedrín para seguir a Jesús dondequiera fuera, para escuchar, observar, e informar lo visto (ver DTG 184; com. Luc. 11: 54). Con referencia a las razones por las cuales se quejaron, ver PVGM 145; com. vers. 1. Es paradójico que los que se consideraban ejemplos de justicia se sintieran tan incómodos en presencia de Jesús, mientras que los que no pretendían ser religiosos se sentían atraídos al Salvador (PVGM 144). La diferencia radicaba sin duda en la hipocresía de los primeros y en la ausencia de fingimiento en los segundos (Luc. 18: 9-14). Los unos no sentían ninguna necesidad de las bendiciones que Jesús ofrecía; los otros percibían su necesidad y no intentaban ocultarla (ver com. Mat. 5: 3; Mar. 2: 5; Luc. 4: 26; 5: 8). Los unos estaban contentos con su propia justicia; los otros sabían que no tenían justicia propia que ofrecer. Nosotros haríamos bien en preguntarnos cómo nos sentimos en la presencia de Jesús. 

Este. 
Es probable que esta manera de referirse a Jesús fuera despectiva (ver com. Luc. 14: 30; cf. Mat. 9: 3; 12: 24; 26: 71; Mar 2: 7; Luc. 7: 39; 14: 30; 18: 11; 22: 56, 59; Juan 6: 52). 

A los pecadores recibe. 
Los escribas y los fariseos rechazaban a quienes, consideraban pecadores; pero Jesús los recibía. En una ocasión anterior, Jesús había enfrentado esta acusación con la afirmación de que él no había "venido a llamar justos, sino a pecadores, al arrepentimiento" (ver com. Mar 2: 17). Parece que los escribas y los fariseos estaban insinuando que Jesús prefería relacionarse con semejantes personas; porque la manera en que vivían éstas era compatible con la vida de él. Jesús odiaba el pecado, pero amaba al pecador; mientras que los fariseos y los escribas abrigaban el pecado, pero odiaban al pecador. Jesús evidentemente amaba a los pecadores, y estos críticos procuraban dar la impresión de que, por lo tanto, amaba los pecados cometidos por los pecadores (ver com. Luc. 15: 1). Jesús no demostraba que se sentía socialmente superior a esos parias de la respetable sociedad; pero parecía preferir el trato con ellos antes que con los dirigentes religiosos. Para esos pecadores sólo tenía palabras de ánimo; para los escribas y fariseos, que se consideraban justos, tenía únicamente palabras de censura y condenación (Luc. 14: 3-6, 11; ver com. Mar. 3: 4; Luc. 14: 4). Con referencia a otras ocasiones en las cuales los dirigentes judíos se quejaron de que Jesús se trataba con publicanos y pecadores, ver Luc. 7: 34, 37. 

3. Esta parábola. 
En otra ocasión y con un motivo diferente, Jesús presentó una parábola similar (Mat. 18: 12-14). Durante su ministerio en Perea parece como si Jesús le hubiera prestado especial atención a las clases sociales desheredadas y despreciadas (ver com. Luc. 14: 21); y en ese período mucha de su enseñanza se dirigió a dichas clases o fue dada con referencia a ellas. Las parábolas del cap. 15 destacan el cuidado de Dios para con aquellos a quienes los hombres muchas veces desprecian, los esfuerzos divinos por ganar su confianza, y el gozo de Dios cuando responden a sus exhortaciones. 

Es importante señalar que las tres parábolas presentan diferentes aspectos del problema del pecado y de la salvación, y que ninguna de ellas es completa en sí misma. En cada una de las parábolas, lo perdido se encuentra y es restaurado; y así, en cada caso, Jesús justifica su proceder para con los pecadores y sus esfuerzos en beneficio de ellos. Las dos primeras parábolas son gemelas, y destacan el esfuerzo que hacen los hombres para recobrar una propiedad perdida y el gozo que sienten al tener éxito. La primera parábola destaca el cuidado del pastor, y por lo tanto el valor intrínseco de un alma a la vista de Dios. La segunda parábola ilustra este último punto de una manera diferente. La tercera parábola ilustra y destaca el proceso mediante el cual el que está perdido encuentra el camino para regresar a Dios. Jesús muchas veces respondía preguntas o críticas relatando parábolas, como lo hizo en esta ocasión. Con referencia a la enseñanza de Jesús por medio de parábolas y a los principios que rigen su interpretación, ver pp. 193-197. 

4. ¿Qué hombre de vosotros? 
La cría de ovejas era común en los collados de Perea, y en esta ocasión es indudable que muchos de los que escuchaban recordaron experiencias cuando habían ido a buscar ovejas perdidas. La mayor parte de las parábolas de Jesús se basaban en experiencias personales de sus oyentes o en lo que conocían (ver p. 194). 

Cien ovejas. 
En tiempos de Jesús se consideraba que éste era un rebaño grande. 

Si pierde una de ellas. 
La pérdida de una oveja podría parecer algo relativamente pequeño, pero para el dueño del rebaño la pérdida de sólo una oveja era motivo de seria preocupación (cf. Juan 10: 10). Los pastores de Palestina solían conocer a cada oveja y las cuidaban una por una y no en conjunto; no sólo esto, sino que la pérdida de una sola oveja equivalía a una diferencia apreciable en sus ingresos. Es evidente que la oveja de la parábola se perdió debido a su propia ignorancia y necedad, y ya perdida era completamente impotente para regresar al redil. Se daba cuenta que estaba perdida, pero no sabía qué hacer. La oveja perdida representa al pecador individualmente y al mundo en general (PVGM 149). Esta parábola enseña que Jesús habría muerto aun cuando hubiera existido tan sólo un pecador (ver com. Juan 3: 16), así como murió por el único mundo que pecó (ver com. Luc. 15: 7). 

Desierto. 
Gr. ér'mos , "desierto", "lugar desolado". Como adjetivo, la palabra ér'mos significa "solitario", "desierto", "desolado". Se refiere a un lugar sin habitantes (ver com. cap. 1: 80), y, por lo tanto, tierra sin cultivar o incultivable. Pero aquí se habla de los campos de pastoreo de Perea, los cerros, los valles y las quebradas. Es probable que este "desierto" no fuera un lugar demasiado peligroso, y dejar allí las 99 ovejas no demostraba descuido o despreocupación. Según lo relata Mateo, el pastor dejó las ovejas "en los montes" (BJ). Ver com. cap. 18: 12. 

Va tras la que se perdió. 
Según la parábola, si el pastor no salía a buscar a la oveja, seguiría perdida; por lo tanto, él debía tomar la iniciativa para que la oveja fuera devuelta al rebaño y al redil. La efectividad de la salvación no consiste en que nosotros busquemos a Dios, sino en que él nos busca a nosotros. Podríamos buscarlo eternamente por nuestros propios medios, pero jamás lo encontraríamos. Cualquier enseñanza que afirme que el cristianismo no es más que un intento humano para encontrar a Dios, pasa completamente por alto el hecho de que Dios es quien busca al hombre (ver com. Juan 3: 16; cf. Mat. 1: 21; 2 Crón. 16: 9). 

5. La pone sobre sus hombros. 
Es evidente que el pastor pone la oveja sobre su cuello y apoya el peso en ambos hombros (Isa. 40: 11; 49: 22; 60: 4; 66: 12). No regaña a la oveja, no la arrea, y ni siquiera la va guiando; la lleva sobre sus hombros. 

7. Habrá más gozo en el cielo. 
Los judíos usaban diversas expresiones (ver com. cap. 12: 20), entre las cuales estaba el término "cielo", para no pronunciar el nombre de Dios. Los rabinos enseñaban que el pecador tenía que arrepentirse antes de que Dios estuviera dispuesto a amarlo o a prestarle atención. El concepto que tenían de Dios era, con demasiada frecuencia, el que Satanás deseaba que tuvieran. Pensaban que Dios concedía su afecto y bendiciones sólo a los que le obedecían y que los negaba a aquellos que no le obedecían. Jesús procuró mostrar la verdadera naturaleza del amor de Dios (ver com. vers. 12) por medio de la parábola del hijo pródigo (vers. 11-32). El propósito único de la misión de Jesús en la tierra podría resumirse, sin duda, en la afirmación de que vino a revelar al Padre (ver com. Mat. 1: 23). Compárese con la expresión, "gozo delante de los ángeles" (Luc. 15: 10). 

Un pecador que se arrepiente. 
El amor divino habría impulsado a Jesús a hacer su gran sacrificio aunque hubiera sido en beneficio de un solo pecador (PVGM 146, 154-155; ver com. Juan 3: 16). Nótese la delicada relación entre este "pecador" y los "pecadores" del vers. 1. No nos arrepentimos para que podamos recibir el amor de Dios, pues ya era nuestro cuando aún éramos pecadores (Rom. 5: 8). La "benignidad" de Dios manifestada en su amor y en su paciencia es la que nos conduce al arrepentimiento (Rom. 2: 4; cf. Fil. 2: 13). 

Justos. 
Hay dos formas de interpretar esta expresión. Se le puede dar su exacto sentido literal: hay más gozo por el pecador que se arrepiente que por los justos que ya se han arrepentido y no tienen por qué arrepentirse otra vez; pero también puede entenderse que Jesús hablaba con cierta ironía. Los fariseos y los escribas estaban orgullosos de ser más justos que los otros (cap. 18: 11-12), y cuando Jesús habló de "justos" era natural que creyeran que estaban en esta categoría, pues pensaban que no tenían de qué arrepentirse (ver com. Juan 3: 4). Por lo tanto, si los fariseos y los escribas eran justos, los "pecadores" que ellos despreciaban tenían que ser, necesariamente, los que necesitaban el amor y las atenciones que Jesús les concedía. Por esta razón no se justificaba la actitud crítica de los escribas y de los fariseos (PVGM 148-149). Con referencia a otra respuesta dada por Jesús en circunstancias similares, ver Luc. 5: 31-32. 

8. ¿O qué mujer? 
[ Parábola de la moneda perdida, Luc. 15: 8-10 . Cf. Mat. 13: 44-46. Con referencia a las parábolas, ver pp. 193-197.] Para conocer las circunstancias que prepararon el ambiente para la presentación de esta parábola y su relación con las parábolas de la oveja perdida y del hijo perdido, ver com. vers. 3-4. La primera parábola fue dirigida manifiestamente a los hombres presentes, y es posible que ésta fuera dirigida especialmente a las mujeres que escuchaban (cf. Mat. 13: 33; Luc. 17: 35). 

En la parábola de la oveja perdida el dueño actuó por lástima al animal y también por su propio interés financiero. Pero en la parábola de la moneda la mujer no siente compasión. Ella sólo podía culpar a su propio descuido por haber perdido la moneda, y su deseo de recuperarla se basaba exclusivamente en su interés personal. La oveja era culpable, en cierto sentido, de haberse extraviado; pero nadie podía culpar a la moneda de haberse perdido. Esta parábola realza el valor intrínseco de un alma, y el hecho de que un pecador perdido tiene tanto valor a la vista de Dios que él la buscará diligentemente hasta recuperarla. 

Diez dracmas. 
Gr . drajm' ´, moneda griega que tenía aproximadamente el mismo valor del denario romano (ver p. 51). En cuanto al valor adquisitivo del denario, ver com. Mat. 20: 2. 

El número diez no tiene un significado especial; aparece muchas veces como número redondo (1 Sam. 1: 8; Ecl. 7: 19; Isa. 5: 10; Amós 6: 9, etc.). Jesús empleó este número en varias parábolas (Mat. 25: 1, 28; Luc. 19: 13, 16-17). Es posible que las diez monedas hubieran formado parte de la dote de la mujer y representaran sus ahorros. Quizá las había cambiado de lugar cuando limpiaba la casa. 

Si pierde una dracma. 
Su descuido ocasionó la pérdida. La moneda no sabía que estaba perdida. Además, se había perdido dentro de la casa, no en los montes, como la oveja, ni en una "provincia apartada" como el hijo pródigo. 

Enciende la lámpara. 
Las casas de Palestina tenían comúnmente una sola habitación y la única luz natural entraba por la puerta o por ventanas enrejadas. El ama de casa necesitaba seguramente luz artificial, aunque fuera de día, para hallar un objeto pequeño. 

Barre la casa. 
Muchas de las casas de campo en Palestina aún tienen piso de tierra. En una habitación oscura con piso de tierra sería fácil perder una moneda y difícil encontrarla. Probablemente habría sido necesario buscarla cuidadosamente para hallarla. 

9. Gozaos conmigo. 
El gozo que se comparte con otros crece en el corazón del que lo comparte. Todo el que haya encontrado algo valioso que temía que se le hubiera perdido para siempre, puede comprender el gozo de esta mujer (cf. Rom. 12: 15). Pero en la tierra no hay un gozo semejante al que se siente cuando se encuentra a un pecador perdido y se lo lleva a Jesús. 

11. Un hombre. 
[ Parábola del hijo pródigo, Luc. 15: 11-32. Con referencia a las parábolas, ver pp. 193-197.] En cuanto a las circunstancias en las cuales se pronunció esta parábola y su relación con las dos parábolas anteriores, ver com. vers. 3-4, 8. Aunque no se tiene indicación alguna en cuanto al lugar ni al tiempo de la presentación de esta parábola, es razonable pensar que fue dada al mismo tiempo que las dos que la preceden, o muy poco después. 

Esta es quizá la más famosa de todas las parábolas de Jesús. Consta de dos partes: la primera (vers. 11-24) pone de relieve las emociones del padre del hijo pródigo, su amor por el joven y su gozo cuando éste regresó. La segunda parte (vers. 25-32) es una reprensión para los que, como el hermano mayor, estaban ofendidos por el amor y el gozo del padre. Es probable que la segunda parte fuera la respuesta de Cristo a la murmuración de los escribas y los fariseos (vers. 2). Las parábolas de la oveja perdida y de la moneda perdida dan realce a la parte de Dios en la obra de la redención, mientras que la parábola del hijo pródigo destaca la parte que tiene el ser humano en responder al amor de Dios y actuar en armonía con él. Los judíos tenían una comprensión completamente equivocada de la naturaleza del amor divino (ver com. vers. 7). El hijo menor representa en la parábola a los publicanos y los pecadores; y el mayor, a los escribas y los fariseos. 

12. El menor. 
Este joven, evidentemente cansado de las restricciones y sintiendo quizá que su libertad era indebidamente limitada por un padre que sólo se preocupaba por sus propios intereses egoístas, deseaba, por sobre todas las cosas, hacer lo que más le agradaba. Sabía perfectamente lo que quería, o, por lo menos, pensaba que lo sabía. Pero que no lo sabía es evidente por el hecho de que cuando volvió "en sí" (vers. 17) cambió completamente su proceder. Pero en este momento ni se entendía a sí mismo ni entendía a su padre. Y lo peor de todo era que no entendía ni apreciaba el hecho de que su padre lo amaba, y que todas las decisiones y reglamentos de su padre se basaban sobre algo que al final sería lo mejor para sus hijos. El relato deja en claro que el padre era sabio y comprensivo, y a la vez justo, misericordioso y muy razonable. Sin embargo, el inexperto joven pensaba que tenía el derecho incuestionable de aprovechar todos los privilegios por ser hijo, pero sin llevar ninguna de sus responsabilidades. Después de pensarlo bien decidió que el único curso de acción que resolvería el problema, en la forma que él pensaba que debía resolverse, era abandonar su hogar e irse solo para vivir a su antojo. El proceder que escogió era una violación directa del quinto mandamiento (Exo. 20: 12). Con referencia a los factores que afectan las responsabilidades de los hijos para con sus padres y las de éstos para con sus hijos, ver com. cap. 2: 52. 

La parte de los bienes. 
Se sabe que la costumbre judía en tiempos de Jesús permitía el reparto de la propiedad mientras vivía el padre, pero esto no era usual. Lo que el hijo menor exigió a su padre era completamente incorrecto. Es evidente que la conducta del hijo equivalía a una falta de confianza en su padre y a un rechazo total de su autoridad. 

Que me corresponde. 
Esta expresión aparece comúnmente en los papiros griegos, y se refiere a un privilegio al cual tenía o podía tener derecho una persona, o a una obligación a la cual tenía que hacer frente. 

Les repartió. 
Según la ley, y con toda razón, el padre podría no haber consentido a la irrazonable exigencia de su hijo; sin embargo, se la concedió. El padre accedió, lo cual demuestra su buen juicio paterno, y permite comprender que la mala elección que hizo el hijo no se debía a una actitud intransigente del padre. Hay momentos cuando parece que lo mejor que un padre puede hacer es permitir que un joven irreflexivo haga lo que quiera para que aprenda por experiencia propia cuáles son los funestos resultados de su elección. 

Según la ley de Moisés, el hijo mayor debía recibir doble cantidad de los bienes paternos, mientras que cada uno de los hijos menores recibía sólo una cantidad (ver com. Deut. 21: 17). La cantidad adicional que recibía el hijo mayor tenía por objeto proporcionarle los recursos necesarios para que pudiera desempeñar sus responsabilidades como jefe de familia. Si un padre tenía sólo dos hijos, como ocurrió en este caso (vers. 11), el hijo menor debía recibir una tercera parte de los bienes del padre. Sin embargo, la propiedad familiar que se repartía mientras vivía el padre, por lo general permanecía intacta hasta la muerte de éste. Pero el hijo menor exigió que se dividiera la propiedad y también que se le diera su parte. Según se deduce del relato (vers. 13), el joven convirtió toda su parte de la propiedad en dinero o en objetos de valor fáciles de llevar. 

13. El hijo menor. 
El hijo menor que se va del hogar paterno representa a los publicanos y los pecadores (vers. 1), quienes habían roto los lazos que los unían con su Padre celestial y no hacían alarde de ser leales a Dios. 

Una provincia apartada. 
El joven no se conformó con establecerse cerca de su hogar, donde de vez en cuando recordaría a su padre y el consejo paterno. Procuró liberarse de todas las restricciones del hogar; sin duda, deseaba olvidar todo. La "provincia apartada" representa, por lo tanto, alojamiento de Dios y olvido de él. 

Desperdició sus bienes. 
Gastó rápidamente los bienes que con tanto entusiasmo había juntado (ver com. vers. 12). Su conciencia aparentemente estaba adormecida, y en la "provincia apartada", donde podía olvidarse del consejo y la conducción de su padre, no había nada que le impidiera hacer exactamente lo que le placía. De acuerdo con su concepto de lo que era vivir, vivía a sus anchas. 

Viviendo perdidamente. 
"Perdidamente", del Gr. asÇtÇs, "desenfrenadamente", "en forma disoluta". Es un adverbio que tiene un prefijo negativo: a, "sin", y el adjetivo sÇs , "sano", "íntegro". La manera de vivir del joven se caracterizó por el despilfarro o por el desenfreno moral, o por ambos. El hijo mayor de la parábola destacó la segunda de estas posibilidades cuando habló de lo que había hecho su hermano menor (vers. 30). Sin embargo, la vida de relajamiento moral suele incluir despilfarro de los bienes. La forma en que el joven gastó sus recursos, que parecen haber sido cuantiosos, revela su concepto de la vida. Según le parecía, el hombre viene al mundo sólo con el fin de conseguir todo lo que pueda, sin la obligación de contribuir en nada. 

14. Cuando todo lo hubo malgastado. 
Su fortuna le había parecido tan grande, que pensó que podía gastar libremente sin necesidad de reponer el dinero. Pero su fortuna había desaparecido repentina e inesperadamente. Y para empeorar su situación, "vino una gran hambre en aquella provincia". Si hubiera sido diligente en aumentar sus recursos y cuidadoso en sus gastos, es probable que el hambre no le habría causado graves dificultades. Pero es evidente que no había esperado la pobreza y el hambre. 

Comenzó a faltarle. 
Los amigos de tiempos mejores desaparecieron cuando se desató la tormenta. Sin duda se parecían mucho al pródigo: vivían para su complacencia propia. Pero el joven era extranjero, recién llegado, y en esos tiempos difíciles, sin duda para todos, les pareció que apenas si podían hacer frente a sus propias necesidades. La liberalidad del joven (ver com. vers. 13) no le había ganado ni siquiera un amigo del cual pudiera depender en su hora de necesidad. 

15. Para que apacentase cerdos. 
Difícilmente podría haber un trabajo más degradante para un judío, para quien el cerdo era un animal inmundo. El joven no podría haberse humillado más. Quizá no estaba capacitado para un empleo mejor. Es evidente que en su casa no había ocupado su tiempo provechosamente aprendiendo algún oficio, y su vida disoluta (vers. 13) lo había convertido en un desamparado por la sociedad. 

16. Llenar su vientre. 
Es muy claro que ni siquiera podía ganar lo suficiente para comer, y se vio reducido a la triste situación de que le parecía apetecible la comida de los cerdos. Sus ambiciones no eran ahora superiores a las de los cerdos. En verdad, en los días de su vida disoluta, sus ambiciones tampoco habían sido más elevadas; pero no se había dado cuenta hasta que sintió verdadera hambre. 

Algarrobas. 
Gr. kerátion, "cuernecito". Este es el nombre que se le daba al fruto del algarrobo debido a la forma de sus vainas. La algarroba ha sido llamada "pan de San Juan", porque según la tradición, constituía la base de la alimentación de Juan el Bautista (ver Nota Adicional de Mat. 3). Después de sacar las semillas para el consumo humano, las vainas se usaban como alimento para los animales domésticos. El algarrobo aún se cultiva en Palestina. 

17. Volviendo en sí. 
Algunas personas parecen ir, a la deriva llevados por las corrientes de la vida, sin pensar seriamente hasta que se enfrentan con la muerte. El joven pródigo había estado, sin duda, fuera de sí, pero su terrible necesidad lo obligó a volver en sí. Quienes viven, o más bien existen, exclusivamente en un nivel físico nada más, no tienen la capacidad de comprender las lecciones de la vida excepto cuando éstas se les presentan bajo la forma de necesidades, deseos o dolores físicos. Este joven había vivido fuera de sí, pero ahora volvió en sí. Se encontró a sí mismo -indudablemente una experiencia nueva- y comenzó a comprender cuán necio había sido. 

!Cuántos jornaleros! 
Nótese que se habla de "jornaleros" y no de esclavos. Es probable que el joven hubiera despreciado o aun maltratado a los jornaleros de su padre. Ahora la suerte de un jornalero en la casa de su padre le parecía sumamente deseable. En la práctica, era un esclavo que se estaba muriendo de hambre. La libertad de la cual se había jactado, finalmente había resultado ser la peor clase de esclavitud, lo cual había ocurrido siempre, pero el joven no se había dado cuenta. Este era el punto culminante de una vida vivida según la filosofía del mundo materialista. Su condición era el resultado de su propio proceder. Para el pródigo ahora comenzaba a cobrar significado la sabiduría de la filosofía que su padre tenía de la vida. 

18. Me levantaré. 
Quizá tanto moral como físicamente. Se levantó del letargo y de la desesperación que habían oscurecido su vida con la siniestra amenaza del desastre y la desolación. Aún no tenía un concepto correcto de la naturaleza del amor de su padre. Pero la justicia de su padre había producido la desesperada esperanza de que lo trataría así como trataba a sus jornaleros. 

He pecado. 
Parece que no se le ocurrió la posibilidad de inventar algún pretexto para justificar su conducta, ni mucho menos culpar a su padre por lo ocurrido. Su condición testificaba que su padre siempre había tenido razón y que él se había equivocado. Su confesión debía ser honrada y completa. 

Contra el cielo. 
La instrucción religiosa que había recibido en casa de su padre no había sido enteramente olvidada. Comprendía que cualquier falta contra su prójimo era conceptuada por el cielo como si se hubiera cometido contra Dios (Gén. 39:9). Había estado violando abiertamente todo el tiempo los principios del quinto mandamiento, y quizá los de los otros mandamientos. 

19. Ya no soy digno. 
No se sentía digno de presentar una razón para que se le diera trabajo en la finca familiar. No podía pretender que la hubiera, porque era evidente que no podía pedirle nada a su padre. 

Como a uno de tus jornaleros. 
Pediría que se le concediera trabajo como un favor y no como un derecho. No tenía derechos. Antes no había estado dispuesto a someterse como hijo a la disciplina paterna; ahora estaba dispuesto a someterse a la disciplina que su padre, como dueño de la propiedad, aplicaba a sus siervos. Prácticamente había renunciado a su padre, y podría haberse esperado que el padre, con toda justicia, lo desheredara como a hijo. Sin embargo, existía la posibilidad de que lo aceptara como siervo. 

20. Levantándose, vino. 
Evidentemente, el pródigo actuó sin demora, y en cuanto hizo su decisión, la llevó a cabo. En la parábola el hijo es el que toma la iniciativa para volver al padre. Parece como si fuera la elección del hijo y no el amor del padre lo que efectúa la reconciliación. Por eso algunos han llegado a la conclusión errónea de que Jesús enseña que el primer paso en la reconciliación es que la persona vuelva a Dios por su propia voluntad, y no que es el amor de Dios el que primero la atrae. Sin embargo, esta conclusión viola más de un principio fundamental en la interpretación de las parábolas de Cristo (ver pp. 193-197). Además, en las parábolas de la 800 oveja perdida y de la moneda perdida, Jesús claramente expuso la verdad que aquí se pone en duda: que la iniciativa para alcanzar la salvación y la reconciliación proviene de Dios. Además, ninguna parábola basada en las relaciones humanas comunes puede reflejar perfectamente todos los aspectos del amor y de la misericordia de Dios. Dios dio a su Hijo al mundo antes de que los hombres creyeran en esa dádiva (Juan 3: 16), y las Escrituras enseñan específicamente que aun el deseo de hacer lo correcto es implantado en el corazón humano por Dios (Fil. 2: 13). 

Lo vio su padre. 
Jesús insinúa que el padre estaba esperando que el hijo volviera. Parece que el padre conocía tan bien el carácter y la disposición de su hijo, que sabía que aun cuando le había dado su parte de la fortuna familiar y se había despedido de él, le faltaban los rasgos esenciales de carácter que le permitirían hacer de su aventura un éxito. Evidentemente había razonado que tarde o temprano el joven volvería en sí (ver com. vers. 17), que reflexionaría. Y reconoció a su hijo aun cuando estaba lejos y cubierto de harapos. En los vers. 20-24 Jesús muestra a sus oyentes el carácter del padre, y en los vers. 11-19 describe el carácter del hijo menor. 

Corrió. 
El padre podría haber esperado que su hijo llegara hasta donde él estaba, pero no lo hizo, sino que demostró su anhelo y el gozo de su corazón corriendo al encuentro de su hijo. 

Se echó sobre su cuello. 
Es decir, lo abrazó. El hijo no había dicho nada hasta este momento, pero el hecho de que regresara en tan deplorable estado hablaba con mayor elocuencia que las palabras que pudiera haber pronunciado. Tampoco se dice nada en cuanto a lo que el padre pudo haber dicho a su hijo, pero las órdenes que dio a los siervos más sus manifestaciones de amor paternal, eran también más elocuentes que las palabras que pudo haber pronunciado. 

21. De ser llamado tu hijo. 
La evidencia textual (cf. p. 147) favorece el añadido: "hazme como a uno de tus jornaleros". Pero el padre tenía otros planes: lo trataría como a un hijo y no como a un jornalero. 

22. Sacad. 
La evidencia textual establece (cf. p. 147) la inclusión de la palabra "rápidamente". "Traed aprisa el mejor vestido" (BJ). 

Vestido. 
Gr. stol', prenda masculina, exterior y amplia que llegaba hasta los pies. Solían usarla las personas de jerarquía. Desde el primer momento el padre lo recibió como hijo y no como siervo. El padre ya había cubierto al joven con su propio manto para que no se vieran sus harapos, y evitarle la vergüenza de que ni siquiera los siervos de la casa lo vieran vestido de ese modo (PVGM 160). No es probable que los siervos hubieran acompañado a su señor cuando salió corriendo a recibir a su hijo, y que por lo tanto la orden de sacar el mejor vestido fuera dada cuando padre e hijo se acercaban a la casa. 

Un anillo. 
Una evidencia más de que el padre todavía lo consideraba como su hijo. Es probable que éste fuera un anillo de sellar (ver com. Est. 3: 10; 8: 2); si lo era, el hecho de ponérselo indicaría aún más claramente que había sido recibido nuevamente como miembro de la familia. No hay duda de que el joven hacía mucho que había vendido o empeñado el anillo que antes usaba. 

Calzado. 
Es decir "sandalias" (ver com. Mat. 3: 11). Los siervos comúnmente andaban descalzos. El calzado es otra señal de que el padre recibía al pródigo arrepentido como hijo y no como siervo. El mejor vestido, el anillo y el calzado no eran cosas necesarias, sino prendas especiales de su favor. El padre no sólo suplió las necesidades de su hijo, sino que lo honró, y al hacerlo demostró el amor y el gozo que llenaban su corazón. Con esta parábola Jesús justificó la bienvenida que le daba a los pecadores que se reunían alrededor de él (ver com. vers. 1), y reprendió a los escribas y a los fariseos por la actitud severa que habían asumido contra él por haberlos recibido (ver com. vers. 2). 

24. Mi hijo muerto era. 
Para el padre había estado "muerto" literal y figuradamente, debido a la dolorosa separación entre ambos. Con referencia al uso figurado de la palabra "muerto", ver com. cap. 9: 60. 

Comenzaron a regocijarse. 
El joven se encontró no en la condición de siervo, como lo había esperado, sino como invitado de honor en un banquete celebrado para festejar su regreso. Tal fiesta normalmente duraría varias horas. 

25. Su hijo mayor. 
En la parábola no se dice nada más en forma directa en cuanto al hijo menor. Su restauración se había completado, y la lección de la parábola en lo que concernía a él -la benigna bienvenida que el cielo concede al pecador que regresa y se arrepiente- es clara. Hasta este momento 801 Jesús ha justificado su actitud de simpatía hacia los publicanos y los pecadores (ver com. vers. 2). El resto de la parábola (vers. 25-32) se refiere a la actitud de los fariseos y de los escribas hacia los pecadores (ver com. vers. 2), la cual se representa con la actitud del hermano mayor hacia el menor. Esta parte de la parábola fue presentada como una reprensión a aquellos hipócritas que se consideraban justos y murmuraban por la manera como Jesús trataba a los que despreciaba la sociedad (vers. 2). 

En el campo. 
Estaba trabajando como debía hacerlo un hijo obediente (Mat. 21: 28-31). Los escribas y fariseos también estaban trabajando intensamente con la esperanza de ganar la herencia que el Padre celestial concede a los hijos fieles; pero servían a Dios no por amor (ver com. Mat. 22: 37), sino como un deber y para ganar la justicia por sus obras. Esta misma actitud había existido entre sus antepasados en los días de Isaías (Isa. 1: 11-15) y de Malaquías (Mal. 1: 12-14). En lugar de una verdadera obediencia, le ofrecían a Dios una falsificación: el cumplimiento meticuloso de las tradiciones humanas (ver com. Mar. 7: 6-13), sin tener en cuenta las palabras de Samuel, que " "el obedecer es mejor que el sacrificio, y el prestar atención que la grosura de los carneros" " (1 Sam. 15: 22; cf. com. Mat. 7: 21-27). 

La música. 
Gr. sumfÇnía , literalmente "sonidos al unísono"; de este vocablo deriva la palabra "sinfonía". SumfÇnía puede significar música producida por varios instrumentos o por varias voces, o también puede referirse al nombre de un instrumento (ver com. Dan. 3: 5). Es probable que se hubieran llamado músicos profesionales para animar la fiesta. Es evidente que el padre no ahorró esfuerzos para hacer que el regreso de su hijo, perdido por tanto tiempo, fuera la ocasión de celebrar un gran festejo, cuya noticia atestiguaría ante todos los vecinos que el hijo había sido reincorporado a la familia. 

28. Se enojó. 
Así se enojaban los escribas y los fariseos con Jesús (vers. 2). El enojo del hijo mayor establece un agudo contraste con el inmenso gozo del padre (ver com. vers. 20, 22). 

No quería entrar. 
El griego, como el castellano, indica que su actitud negativa se prolongó. A pesar de los ruegos de su padre, seguía disgustado con éste y con su hermano. 

29. Te sirvo. 
El problema era que el hermano mayor actuaba como siervo y no como hijo. Afirmaba que la propiedad de su padre le correspondía por derecho, pues la había ganado; y estaba enojado (vers. 28) con su padre por no reconocer lo que consideraba como derecho suyo por ser el hijo mayor. 

No habiéndote desobedecido jamás. 
Observaba rigurosamente todos los requisitos externos que como hijo le correspondía obedecer, pero no comprendía en nada el verdadero espíritu de la obediencia. Su servicio no era más que el cumplimiento servil de las formas externas de la piedad filial. 

Nunca me has dado. 
El griego dice: "a mí nunca me diste", como si quisiera destacar la diferencia del trato del padre entre el pródigo y él, el hijo mayor. Consciente o inconscientemente, el hijo mayor estaba celoso por la atención que se le prestaba a su hermano, y es probable que sintiera que toda esa atención le correspondía a él. Se quejó de que nunca había sido recompensado, ni siquiera con un "cabrito", mucho menos con un "becerro gordo". Sin duda también sentía temor de que al ser restaurado su hermano menor, el padre pudiera dar a este hermano malgastador una parte de la propiedad que ahora legalmente le pertenecía a él (ver com. vers. 12). El hermano mayor quizá insinuaba que hasta el becerro gordo era legalmente suyo, y que el padre no tenía derecho de tomar ni ese becerro ni ninguna otra cosa sin su consentimiento. 

Gozarme con mis amigos. 
Con estas palabras parecería insinuar, además, que su suerte había sido triste y que, en cierto modo, envidiaba a su hermano la vida que había llevado. No se había gozado en el servicio de su padre; en realidad, no parecía ni aun sentirse feliz con la compañía de su padre, sino que prefería la de sus "amigos". 

30. Este tu hijo. 
Esta expresión revela desprecio y sarcasmo (ver com. cap. 14: 30; 15: 2). El hijo mayor se niega a llamar hermano suyo al hijo menor. Se burla fríamente del padre llamándolo "tu hijo". Intimamente quizá se sentía más justo que su padre o su hermano. 

Con rameras. 
No se dice si el hermano mayor estaba seguro de que así había ocurrido, o si era sólo una suposición suya. 

31. Hijo. 
Gr. téknon , "niño", "hijo". El padre no emplea aquí la palabra huiós, "hijo", sino que se dirige al hijo mayor con este término 802 más afectuoso, téknon. Es como si le hubiera dicho: "mi querido muchacho". 

Tú siempre estás conmigo. 
El hijo menor no había estado "siempre" con él, y esta era la razón de la fiesta. Compárese el regocijo del pastor por haber hallado la oveja perdida con el gozo que siente por las que no se han extraviado del redil (ver com. vers. 4, 7). Sin embargo, el padre sigue expresando que siente el mismo amor por su hijo mayor, aun cuando no hubiera ocasión de demostrarlo por medio de una fiesta. 

Todas mis cosas son tuyas. 
Cuando el padre dividió su propiedad y le entregó al hijo menor la parte que le correspondía, también le había entregado al hijo mayor las dos partes que le correspondían como primogenitura (ver com. vers. 12). Esto demuestra que era falsa la acusación de que el padre había sido mezquino con él (vers. 29). La propiedad era ahora del hijo mayor y él podría haberse gozado con sus amigos si así lo hubiera querido. Con esto el padre le asegura que sus derechos de ningún modo serán afectados por el retorno de su hermano. Si eso es lo que le molesta, puede desechar sus temores y unirse al festejo. El padre prueba, uno tras otro, que todos los argumentos del hijo mayor carecen de validez, y lo invita a unirse para dar la bienvenida a su hermano (ver com. vers. 28). 

2. Era necesario. 
El hijo menor no merecía, en verdad, la recepción que había recibido; pero el padre afirmaba que era correcto y necesario darle al joven una alegre bienvenida. La fiesta no fue dada porque el hijo menor tuviera méritos; era sencillamente la expresión del gozo del padre, y correspondía que el hermano mayor también participara de ese gozo. Y según lo dijo Jesús, ésta debía ser también la actitud de los escribas y de los fariseos hacia los pecadores. El afecto del padre con su hijo que por tanto tiempo había estado perdido, no disminuía en nada su amor por el hijo mayor. Su amor los incluía a los dos, a pesar de las evidentes faltas de ambos. Afortunadamente el amor de nuestro Padre celestial para con nosotros no se basa en cuánto podamos merecer su gran amor 

Este tu hermano. 
En respuesta a la expresión de desprecio empleada por el hermano mayor, "este tu hijo" (vers. 30), el padre utiliza una expresión de tierno ruego: "tu hermano". En este ruego del padre al hijo mayor, Jesús presenta sus propios ruegos a los escribas y a los fariseos. Los ama tanto como a los publicanos y los pecadores (vers. 1-2). No tienen que sentirse ofendidos por su actitud hacia esos desventurados que desprecia la sociedad. No tienen por qué temer por sus propios derechos y privilegios. Pero sí es necesario que cambien su actitud hacia Dios y sus prójimos. Compárese con la parábola del buen samaritano (Luc. 10: 25-37) y la experiencia del joven rico (Mat. 19: 16-22). 

No se dice nada en cuanto a lo que ocurrió después. No se sabe si el hijo mayor cambió de actitud o si el hijo menor se condujo en forma honorable. Ninguna de estas cosas era importante para las lecciones que Jesús deseaba enseñar por medio de esta parábola. En verdad, la parábola aún se desarrollaba, y su resultado final estaba en manos de los oyentes (PVGM 164). 

CBA T5

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