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CBA CARTA A LOS GÁLATAS Capítulo 2

CBA: Epístola a Los Gálatas capítulo 3
 1. Después, pasados catorce años.

Pablo continúa su tema sin interrupción. No es claro si este período de 14 años comenzó con su conversión o con su visita a Jerusalén tres años después. Para estudiar este problema, ver p. 103 y la Nota Adicional de Hech. 15. El propósito de mencionar estos 14 años es destacar cuánto tiempo pasó antes de que Pablo se relacionara ampliamente con los discípulos de Cristo después de su conversión. No había aprendido de ellos el Evangelio que había estado predicando durante unos 14 (ó 17) años.

Otra vez en Jerusalén.

Si los períodos de 3 y 14 años son sucesivos, transcurrieron 17 años desde la conversión de Pablo hasta el tiempo de esta visita suya a Jerusalén, y 14 años desde su breve visita de 15 días a Pedro (cap. 1: 18). Como ya se ha hecho notar (vers. 18-19), Pablo había tenido poca oportunidad de aprender algo de los apóstoles durante su primera visita. Pablo aclara (cap. 2: 1-10) que del mensaje que había estado predicando nada había recibido de los apóstoles (ver com. vers. 6-7). En cuanto a la relación de esta visita de Gál. 2: 1-10 con la que se registra en Hech. 11: 25-30, ver las pp. 315-317. Este Comentario prefiere identificar la visita de Gál. 2: 1-10 con la de Hech. 15.

Con Bernabé.

Cuando el apóstol Pablo fue enviado por la iglesia de Antioquía para que asistiera al concilio de Jerusalén, hubo otros que lo acompañaron, entre los cuales estaba Bernabé (Hech. 15: 2). Si se considera como paralelos los relatos de Hech. 15 y Gál. 2, uno de los que lo acompañó fue Tito. Lucas no menciona a Tito en relación con ninguno de los viajes de Pablo. Pablo se refiere a Tito por primera vez en la segunda carta a los corintios, donde evidentemente lo considera como un ayudante muy valioso (ver com. 2 Cor. 2: 13).

2. Según una revelación.

"Por una revelación" " (BJ). Si esta visita y la de Hech. 15 son la misma, la declaración de Pablo de que Dios lo dirigió para que visitara a Jerusalén parece estar en conflicto con la de Lucas, el cual dice que Pablo y Bernabé fueron enviados a Jerusalén por la iglesia de Antioquía. Es evidente que Pablo y la iglesia de Antioquía fueron dirigidos por Dios para que se hiciera esa visita a Jerusalén, a la cual se refiere el apóstol. De igual manera el Espíritu Santo y la iglesia estuvieron unidos al enviar a Pablo y a Bernabé en su primer viaje misionero (Hech. 13: 2-3). Compárese Núm. 13: 1-2 con Deut. 1: 22. Con frecuencia Pablo recibía iluminación divina; en varias oportunidades fue dirigido, advertido o animado por Dios (Hech. 16: 9; 20: 23; 23: 11; 27: 22-26).

Para no correr.

Pablo no sugiere que hubiera albergado duda alguna acerca de la veracidad de su Evangelio, sino del éxito de su visita a Jerusalén. Temía que los hermanos de esta iglesia pudieran desaprobar su ministerio entre los gentiles. Esta hubiera sido una importante victoria para los judaizantes opositores y un serio obstáculo en sus planes de evangelizar a los gentiles. Si los judaizantes hubiesen podido oponerse a Pablo con cartas oficiales procedentes de los apóstoles, en las que lo condenaran a él y a su Evangelio, hubiera quedado en la categoría de un apóstol de error.

Expuse.

O "declaré", "presenté". Las instrucciones que Pablo recibió por revelación le indicaron que fuera a Jerusalén y presentara ante los dirigentes el Evangelio que había estado predicando entre los gentiles. En vista de las dudas que albergaban algunos acerca de su aptitud como apóstol y de la naturaleza de su Evangelio, ese encuentro era sumamente apropiado. Los dirigentes de Jerusalén tenían el derecho y el deber de conocer todo eso.

En privado.

Pablo procuraba prudentemente que no se levantara una oposición innecesaria a la misión a la que Dios lo había llamado, pero al mismo tiempo recibió el consejo de los dirigentes reconocidos de la iglesia.

Cierta reputación.

Es decir, Los dirigentes identificados en el vers. 9 como Jacobo, Cefas (o Pedro) y Juan. Sin duda Pablo reconocía la posición de esos apóstoles más antiguos, aunque después (vers. 6) reduce al mínimo el valor de cualquier instrucción que pudiera haber recibido de ellos.

3. Circuncidarse.

Los vers. 3-5 constituyen un paréntesis dentro del tema principal. El caso de Tito era una evidencia de que los apóstoles entendían y aprobaban el Evangelio de Pablo; pero podría haber otra razón igualmente importante en la mente de Pablo para que incluyera este caso. Timoteo, que era gálata, medio judío y medio gentil, había sido circuncidado al principio del ministerio de Pablo como una concesión frente a los prejuicios judaicos (Hech. 16: 1-3). En 1 Cor 9: 21-23, hay una declaración en cuanto al principio aquí implicado. Esa concesión se hizo necesaria para facilitar la predicación del Evangelio entre los judíos que estaban en tierras de gentiles. En el caso de Tito, enteramente gentil por nacimiento, la situación era diferente. Si Pablo hubiese consentido en circuncidar a Tito habría negado el Evangelio y dado la impresión de que admitía que esas ceremonias externas eran esenciales para la salvación. El propósito de Pablo al mencionar lo que sucedió con Tito era citar un caso en que los apóstoles no exigieron que fuera circuncidado un converso gentil, Es obvio que no habían transigido ante las demandas de los "falsos hermanos" de Gál. 2: 4-5. Los falsos maestros que habían estado descarriando a los gálatas, debían hacer frente a esos hechos que significaban para ellos un argumento que les sería muy difícil de responder. El hecho de que los dirigentes de Jerusalén no presionaron para que Tito fuera circuncidado, es una evidencia de su posición frente a este asunto.

Este caso revela tanto la firmeza de Pablo como la disposición de los dirigentes a poner de lado los prejuicios y reconocer la verdad cuando les era presentada. Este espíritu hizo posible que Dios obrara mediante la iglesia primitiva en una forma maravillosa. El espera el mismo espíritu de amor y tolerancia en la iglesia de hoy día. Debe haber la misma disposición para aceptar una nueva luz cuando es presentada si se espera que la iglesia alcance nuevas cumbres de experiencia espiritual y nuevas profundidades -un nuevo entendimiento- del plan de Dios para su iglesia.

4. Falsos hermanos.

Esos fanáticos judaizantes quizá eran los cristianos de origen farisaico de Hech. 15: 5. Su propósito era influir en los judíos creyentes contra Pablo debido a la indiferencia del apóstol ante las prescripciones de la ley ceremonial.

Para espiar.

Su aparente amistad tenía un propósito siniestro: los celos causados por la "libertad" de los gentiles conversos.

Libertad.

Es decir, libertad de las prescripciones de la ley ritual y del legalismo como un medio de salvación (ver p. 931 ).

Esclavitud.

Esclavitud a las exigencias de la ley ritual y al legalismo (cap. 4: 3, 9, 24-25, 31; 5: 1-2). Todos los que aceptan el principio del legalismo que la salvación se puede ganar ciñéndose a un código prescrito -es obvio que se han atado a la observancia de cada ordenanza de ese código. Se convierten en esclavos de la ley obligados a cumplir "todas las cosas escritas en el libro de la ley" (cap. 3: 10). Si los judaizantes triunfaban, la libertad del Evangelio hubiera sido cambiada por la esclavitud que resulta cuando se depende de las obras.

5. A los cuales.

Es decir, a los judaizantes y a su exigencia de que Tito fuera circuncidado.

Ni por un momento accedimos.

La evidencia textual favorece este texto (cf p. 10). En algunos MSS griegos dice lo contrario: que Pablo cedió e hizo circuncidar a Tito; pero el tenor del relato indica que no fue así. El problema que ahora perturbaba a las iglesias de Galacia también se había levantado en Jerusalén con respecto a Tito. Pero es evidente que los apóstoles se negaron a apoyar la demanda de los judaizantes de que Tito fuera circuncidado. De modo que al tratar de obligar a los gálatas a que se circuncidaran, quienes se opusieron a la posición de los apóstoles fueron los judaizantes, no Pablo.

La verdad.

Someterse a los judaizantes en Jerusalén o en Galacia, o en cualquier otro lugar, hubiera sido negar el máximo principio de la justificación por la fe. No fue, en ningún sentido, una demostración de capricho de parte de Pablo; por el contrario, fue una posición firme contra un intento de pervertir el Evangelio sustituyendo su verdad cardinal -la justificación por la fe- por la justificación por las obras de la ley

6. Tenían reputación de ser algo.

Es decir, quizá los mismos apóstoles, los dirigentes reconocidos de la iglesia. Esas personas también son descritas en el vers. 2 como "los que tenían cierta reputación". En el vers. 6 se continúa el pensamiento interrumpido por los vers. 3-5. Pablo no habla aquí despectivamente de esos hombres de "reputación", como podría parecer a primera vista, pues la forma en que ellos lo aceptaron y aprobaron su Evangelio (cap. 1: 24; 2: 9) constituye una prueba importante que confirma su autoridad como apóstol (ver vers, 9).

Lo que hayan sido.

El propósito de este paréntesis es recordar a los gálatas que la cuestión que se trata no es la excelencia de los apóstoles, sino la validez del Evangelio de Pablo. La personalidad, y aun un cargo elevado, son siempre menos importantes que la verdad. Los doce habían tenido evidentemente grandes privilegios. Se habían relacionado personalmente con Jesús durante tres años; lo habían oído predicar; habían sido testigos de sus milagros. Pablo no trata de disminuir la importancia de los apóstoles, 944 sino que se esfuerza por dejar en claro que la posición de ellos y su cargo no podían tener ninguna relación con el problema que se consideraba. Dios no consulta a los hombres en cuanto a lo que es verdad, sino que los envía para que declaren la verdad. Pablo y los doce habían sido llamados a cumplir ese importante deber.

Personas.

Literalmente "rostro" , es decir, la apariencia exterior en contraste con el carácter interior (ver com. 1 Sam. 16: 7). Si ese es el método de Dios para evaluar, ¿por qué, pues, deben considerarse la posición o la categoría de más valor que el carácter? La verdad es de suprema importancia; la posición o la categoría de los que la proclaman, poco o nada importan. A pesar de todo, Pablo siempre apoyó lealmente a los que habían sido nombrados para cargos de responsabilidad en la iglesia. Estimaba mucho a aquellos que, como él, habían sido comisionados por Dios para predicar el Evangelio. Consideraba su propio llamamiento como un alto honor, y creía que le daba una autoridad que estaba obligado a ejercer cuando así lo exigieran las circunstancias (ver Rom. 11: 13; 2 Cor. 13: 2, cf. Hech. 10: 34).

Nada nuevo me comunicaron.

El Evangelio de Pablo tenía el mismo origen que el de los apóstoles; era un Evangelio completo. Añadirle o quitarle algo habría sido arruinar su perfección. La fuerza del argumento de Pablo es que a pesar de que él no había consultado con los doce ni había sido instruido por ellos, su Evangelio era igual al de ellos. Cuando los apóstoles estudiaron la exigencia de los judaizantes de que se obligara a Tito y a todos los gentiles convertidos al cristianismo a que se circuncidaran, estuvieron en completo acuerdo con Pablo; además, no le pidieron que modificara o alterara su posición.

7. Evangelio de la incircuncisión.

No hay dos Evangelios diferentes, uno para los circuncidados y otro para los no circuncidados. Como Pablo lo presenta claramente en los cap. 3 y 4, tanto los judíos como los gentiles son salvados por la fe y no por las obras de la ley (cf. cap. 3: 28). El mensaje para ambos grupos era el mismo; sólo difería la condición anterior de aquellos a quienes fue dado.

A Pedro.

Había dos clases de oyentes a quienes predicar -judíos y gentiles-, pero un solo Evangelio; Pablo era el misionero y embajador para una, y Pedro para la otra (vers. 7-9).

8. El que actuó en Pedro.

El éxito del ministerio de Pedro era una prueba de que Dios obraba por medio de él; pero lo mismo también sucedía con el ministerio de Pablo. Hubiera sido una inconsecuencia aclamar a uno y rebajar al otro. Tanto Pablo como Pedro tenían la misma fuente de autoridad y poder. Si uno era apóstol, el otro también lo era.

9. Jacobo.

No el hermano de Juan que había sido muerto antes del primer viaje misionero de Pablo (Hech. 12: 1-2), sino sin duda "Jacobo el hermano del Señor" , que ya fue presentado en Gál. 1: 19). El hecho de que se lo mencione primero implica que en ese tiempo era el principal de los apóstoles de Jerusalén. En el relato que presenta Lucas del concilio de Jerusalén (Hech. 15), Jacobo ocupa el primer lugar entre los dirigentes de la iglesia (vers. 13, 19-22). El hecho de que Jacobo, reconocido dirigente de la iglesia, no hubiera sido uno de los doce, resta importancia a la acusación de los judaizantes de que Pablo no podía ser considerado como un verdadero apóstol. En unos pocos manuscritos se lee "Pedro y Jacobo", con el claro propósito de hacer que Pedro parezca ser el primero entre los apóstoles.

Cefas.

Ver com. Mat. 16: 18; Mar. 3: 16.

Juan.

Ver com. Mar. 3: 17.

Eran considerados.

Pablo pudo haber evitado a propósito decir que estos tres eran dirigentes. El éxito o el fracaso del Evangelio no depende de un hombre o de un grupo de hombres. Ninguna persona es indispensable para el éxito del Evangelio.

Columnas.

Es decir, dirigentes de la iglesia. Si Jacobo, que no era de los doce, era tenido en tan alta estima que se lo consideraba como "columna" de la iglesia junto con Pedro y Juan, ¿por qué no habría de serlo también Pablo?

La diestra.

Los principales apóstoles pactaron un convenio amistoso y formal con Pablo, en el que reconocían su apostolado y aprobaban su Evangelio. Dar la diestra era una costumbre familiar en otras naciones como entre los judíos. Es evidente que ese acto significaba mucho más que reconocer a regañadientes que Dios había llamado y bendecido a Pablo y Bernabé y aceptar de mala gana sus puntos de vista. Con el proceder de darles "la diestra", los apóstoles los reconocían como iguales a ellos en el ministerio cristiano. Su Evangelio también era aceptado 945 como puro y digno de ser predicado.

Compañerismo.

Gr. koinÇnía , "participación", "comunión", "asociación".

A los gentiles.

Los apóstoles no estaban celosos por el éxito del cual informaron Pablo y Bernabé, sino que se regocijaron en él. Consintieron en que Pablo continuara con su obra entre los gentiles, como ya lo había hecho. Este es un buen ejemplo en cuanto a la posibilidad de alcanzar una solución armoniosa para los difíciles problemas de la iglesia sin que haya pleitos ni ásperas disputas. Si los creyentes hubieran sido tan rectos y nobles como los dirigentes de los tiempos apostólicos, nunca se habrían presentado muchos conflictos que deshonraron a la iglesia en siglos posteriores.

10. Nos acordásemos de los pobres.

Sin duda se refiere a los cristianos pobres de Judea. Hay dos razones evidentes para este pedido. La primera es, por supuesto, la necesidad; la segunda, el deseo de evitar que hubiera desunión entre los nuevos conversos gentiles y los cristianos de origen judío. El hecho de que Pablo fuera formalmente reconocido por los dirigentes de la iglesia como apóstol para los gentiles, no alteraba su actitud hacia sus compatriotas, los judíos.

Procuré con diligencia.

Pablo cumplió con toda fidelidad este pedido presentando repetidas exhortaciones a las iglesias de los gentiles de Macedonia y Grecia para que contribuyeran con liberalidad (ver Rom. 15: 25-27; 1 Cor. 16: 3; 2 Cor. 8).

11. Cuando Pedro vino.

Aunque la conducta de Pedro (vers. 11-14) nos parezca extraña, después de lo que le sucedió con Cornelio (Hech. 10: 19 a 11: 18) y especialmente después de la decisión del concilio de Jerusalén (Hech. 15: 7, 22, 29), es evidente que Pablo narra el caso en su debido orden cronológico. Debe recordarse que la decisión del concilio de Jerusalén afectaba únicamente a los creyentes gentiles; no había liberado a los cristianos de origen judío de los requerimientos de la ley ritual. Después de que los judaizantes fueron derrotados en lo que respecta a los creyentes gentiles, naturalmente se negaron a ver en la decisión del concilio lo que tal acuerdo implicaba. Pero Pablo y otros razonaban correctamente que si los gentiles podían ser salvos sin cumplir con la ley ritual, los judíos podían ser salvos del mismo modo. Cuando Pablo estuvo en Jerusalén, aunque judío, no puso objeciones para participar personalmente en ceremonias rituales (cf Hech. 21: 20-27). En lo que tenía que ver con comer alimentos ofrecidos a ídolos (1 Cor. 10: 27-29), no estaba implicado ningún principio moral (1 Cor. 8: 8). La preocupación de Pablo se enfocaba en esta ocasión en los miembros de la iglesia (cf. 1 Cor. 10: 29-33), y la iglesia de Antioquía estaba compuesta principalmente de gentiles (Hech. 11: 19-21). Por lo tanto, Pedro debería haber estado dispuesto a mantenerse Firme en la posición que había adoptado al principio: participar con los gentiles creyentes en un completo compañerismo basado en la reciprocidad.

Es evidente que esta visita de Pedro a Antioquía fue hecha poco después de que terminó el concilio de Jerusalén. Según Hech. 15: 1-2, el debate que tuvo lugar en Antioquía acerca de la circuncisión había causado la inmediata convocación del concilio. Ahora, cuando la cuestión había sido definida en una forma que parecía satisfactoria para todos los implicados, era natural que por lo menos algunos de los dirigentes visitaran a Antioquía. Por lo que se registra de la participación de Pedro en el concilio (Hech. 15: 6-11), especialmente por lo que le sucedió en la casa de Cornelio, era de esperar que en Antioquía hiciera todo lo posible para reconciliar las diferencias de opiniones y ayudar a que se cumplieran las decisiones del concilio.

Le resistí.

Esta experiencia prueba claramente la igualdad de Pablo como apóstol, y justifica su argumento de no exigir que los gentiles fueran sometidos a las prácticas legalistas judaicas (vers. 14). Pablo, Bernabé y otros dos habían sido elegidos para llevar la decisión del concilio a Antioquía (Hech. 15: 22-23). Debido a que Pedro había estado en favor de la decisión del concilio y sin duda la había apoyado de corazón, difícilmente se puede decir que hubiera una controversia entre él y Pablo. Estaban de acuerdo, por lo menos en principios generales, y por lo tanto en cuanto a la decisión a que llegó el concilio respecto a la posición de los gentiles dentro de la iglesia cristiana. Esa clara e inequívoca decisión sin duda fue la base del franco reproche de Pablo a Pedro, y lo justificó.

Es posible que los dirigentes eclesiásticos tuvieran ocasión de discutir diversas opiniones sin que se produjeran resentimientos. Es razonable aceptar que el silencio de Pedro reflejó su admisión de haberse equivocado; fue un proceder noble. Es necesario que se unifiquen los esfuerzos para que tenga éxito cualquier empresa. La iglesia nunca podrá cumplir su misión hasta que haya la misma rectitud e integridad que se, manifestaron en los dirigentes apostólicos.

Era de condenar.

Algunos escritores eclesiásticos de los primeros días del cristianismo insistían en que el Pedro que aquí se menciona no era el apóstol Pedro sino uno de los setenta. Otros dicen que los dos apóstoles habían preparado de antemano la escena como una lección para que los judaizantes estuvieran dispuestos a someterse, así como Pedro se sometía a los argumentos de Pablo. Estos y otros intentos para eliminar con explicaciones los hechos evidentes, se deben a la creencia preconcebida de la supremacía de Pedro y a no querer admitir que pudiera haberse equivocado, y menos aún, que pudiera haber sido reprochado públicamente por otro apóstol. Es indudable que Pedro comprendió su propio error y no trató de justificarse ni de excusarse. Esta reacción concuerda con lo que habría de esperarse de Pedro después de su gran confesión (ver Juan 21: 15-17); lo distingue como un hombre de noble estatura espiritual.

12. De parte de Jacobo.

Lo más que puede deducirse con seguridad acerca de esos creyentes que llegaron "de parte de Jacobo", es que eran miembros de la iglesia de Jerusalén, presidida por Jacobo. Como no se dice que él los envió, no se puede afirmar que llegaron con una autorización oficial de parte de Jacobo. Es evidente que representaban a los partidarios de la circuncisión y que quizá eran cristianos fariseos (ver Hech. 15: 5). Es probable que hubieran ido a Antioquía sin la aprobación de Jacobo, pues es seguro que no habrían contado con su autorización para fomentar dificultades, ya que en las observaciones que Jacobo presentó en el concilio había demostrado su sincero deseo de que hubiera armonía entre los creyentes por dondequiera (Hech. 15: 13-21).

Con los gentiles.

Antes de la visión que tuvo y de lo que le sucedió en la casa de Cornelio (Hech. 10: 9-48), Pedro no se hubiera relacionado con los gentiles como luego lo hizo en Antioquía. Su precaución de hacerse acompañar por seis testigos (Hech. 11: 12), refleja su temor de que los hermanos de Jerusalén vacilarían en aceptar su testimonio si hubiera ido solo. Pero después de la extraordinaria demostración de la aprobación de Dios manifestada mediante el don del Espíritu antes del bautismo de los gentiles, Pedro quedó convencido de la legitimidad de la aceptación de los gentiles en la iglesia cristiana. Esa confianza fue fortalecida por el proceder del concilio de Jerusalén años más tarde (Hech. 15). Ya no había lugar para dudas en cuanto a este asunto. Por lo tanto, cuando Pedro fue a Antioquía se sintió libre para unirse con sus hermanos en compañerismo con los creyentes gentiles.

Se retraía y se apartaba.

Según parece, Pedro calladamente dejó de relacionarse con los gentiles, sin explicaciones. Esa separación quizá sólo significaba una ruptura de relaciones sociales.

Tenía miedo.

Pedro, para evitar dificultades, procuró no tener más conflictos con esos irrazonables hermanos judaizantes que venían de Jerusalén. Era el mismo grupo que había creado problemas en Antioquía antes del concilio, al insistir en que todos los gentiles que buscaran ser admitidos en la iglesia cristiana debían ser circuncidados (ver Hech. 15: 5). Algunos representantes de esa tendencia habían subvertido también la lealtad de muchos en la iglesia de Corinto (ver com. 2 Cor. 11: 22). El temor de Pedro pudo haberse debido, por lo menos en parte, al mismo espíritu de precaución que lo impulsó a hacerse acompañar por otros seis judíos cuando fue a la casa de Cornelio (Hech. 11: 11). Después de todo, el concilio de Jerusalén no había ordenado que los judíos se relacionaran libremente con los gentiles (ver com. Gál. 2: 11), y tal vez Pedro temió que esos hermanos judaizantes interpretaran su proceder de tal manera que le resultara difícil dar explicaciones cuando volviera a Jerusalén.

13. En su simulación participaban.

Literalmente "actuaban bajo una máscara con [Pedro]". Es decir, procedían como hipócritas. Pedro y esos "otros judíos" sabían que no estaban procediendo correctamente, pero cedieron para evitar dificultades con los judaizantes. Procedieron de esa manera con el propósito de ocultar sus verdaderos sentimientos a aquellos que venían de Jerusalén; querían dar la impresión de que estaban de parte de los hermanos judaizantes. Si era cierta la acusación de Pablo de que faltaba sinceridad -y no hay, razón para dudar de que así era-, Pedro hizo bien en permanecer callado, como parece que lo hizo. Nada puede decirse en defensa de su conducta ni hay excusas para ella.

Aun Bernabé.

Pablo tuvo que haber sufrido mucho cuando su amigo íntimo y colaborador sucumbió ante la presión del ambiente. Es evidente que aun los poderosos dirigentes cristianos están en peligro de ceder en sus convicciones cuando son sometidos a una fuerte presión.

14. No andaban rectamente.

El proceder de Pedro, Bernabé y los otros judíos causaba confusión y división en la iglesia. La cuestión implicaba mucho más que la conducta de los dirigentes: estaba en peligro el bienestar de los creyentes gentiles, y aun la suerte del Evangelio. Si se permitía que triunfaran los judaizantes, entonces el Evangelio la salvación por la fe en la muerte expiatorio de Jesús- sería suplantado por la doctrina de la salvación mediante las obras de la ley Entonces "la verdad del Evangelio" no sería proclamada más.

Delante de todos.

La reprensión fue pública porque la falta era pública. Estaban implicados todos o casi todos. Posteriormente Pablo escribió a Timoteo que una reprensión pública para un pecado manifiesto es eficaz para impedir que otros participen del mismo proceder (ver 1 Tim. 5: 20). La conducta de Pedro y de los otros judíos creaba una división en la iglesia y amenazaba con destruir la unidad en Cristo de gentiles y judíos. Las perspectivas eran desastrosas. Pablo dirigió sus observaciones a Pedro porque la conducta de éste era la causa principal de la crisis que se había producido en esa ocasión.

Como los gentiles.

Había sido necesario un milagro para que Pedro se convenciera de que los gentiles debían ser admitidos en la comunión cristiana exactamente como los judíos (ver Hech. 10: 20, 28-29, 34). Desde esa ocasión evidentemente se había sentido libre para relacionarse con los gentiles, en contra de la costumbre judaica. Su silencio cuando fue reprendido, significa que reconocía el error de su proceder apresurado y la seriedad de sus consecuencias para el futuro de la iglesia como un cuerpo unido universal. Por lo menos esto se puede aceptar en favor de Pedro.

¿Por qué obligas?

El súbito cambio de proceder de Pedro obligaba a los gentiles a someterse a las exigencias de los judaizantes, de que se circuncidaran y observaran los ritos judaicos para que pudieran continuar las relaciones amistosas entre ellos y los cristianos de origen judío. Esto virtualmente obligaba a los gentiles a vivir como judíos. Pablo destaca la inconsecuencia que resultaría de este proceder de los judíos cristianos hacia los gentiles de la iglesia.

15. Judíos de nacimiento.

Es decir, descendientes literales de Abrahán. No es del todo claro si los vers. 15-21 son parte de la reprensión pública de Pablo a Pedro en Antioquía, o si Pablo se dirige otra vez directamente a las iglesias de Galacia. Es razonable suponer que la ausencia de cualquier transición obvia indica, en resumen, que Pablo está repitiendo en esencia y con otras palabras lo que dijo a Pedro, y lo dirige a los cristianos de Galacia. Los vers. 15 y 16 parecen estar dirigidos particularmente a los cristianos de origen judaico; pero no es seguro si se trata de Antioquía o de Galacia. El hecho de que el vers. 14 hable de cristianos de origen judío, de Antioquía, podría indicar que Pablo aún está citando lo que les dijo.

Pecadores de entre los gentiles.

O "gentiles pecadores" " (BJ); "pecadores procedentes de la gentilidad" (NC). Quizá ésta era una expresión judía común que reflejaba cierto desprecio por los gentiles irregenerados, como si fueran una casta inferior, sin la ley. Pablo admitía que había ciertas ventajas en ser judío (Rom. 3: 1-2; 9: 4-5); pero al tratarse de la forma en que Dios los consideraba, todos eran pecadores necesitados de salvación (ver cap. 3: 9). Los gentiles estaban en desventaja hasta cierto punto, pues no habían disfrutado de todos los beneficios concedidos a los judíos; pero a pesar de todo, aquéllos no tenían excusa (cf. Rom. 1: 20).

16. justificado.

O "reconocido como justo" (ver com. Rom. 3: 20, 28; 4: 8, 25).

Las obras de la ley.

Literalmente "obras de ley" (ver com. Rom. 2: 12). Pablo no se refiere tanto a la observancia ritual de la ley ceremonial únicamente, como al concepto judaico de que un hombre podía salvarse observando minuciosamente (ver com. 2 Cor. 3: 3-9) "la ley", que constaba de preceptos morales, ceremoniales y civiles (ver pp. 931-932). En su Epístola a los Gálatas Pablo se ocupa únicamente de los códigos moral y ceremonial. Es evidente que el civil no entraba directamente en el problema que aquí se trata. Los errores de los judíos consistían en: (1) considerar que la salvación podía alcanzarse mediante esfuerzos individuales, por medio del cumplimiento de los ritos de "la ley" y en virtud de una vida meritoria, en la cual un excedente de buenas obras pudiera pagar el precio de las malas obras; (2) añadir a la ley que fue dada por Dios una gran cantidad de requisitos humanos comúnmente llamados "tradición" (ver t. V, pp. 97-98; com. Mar. 7: 3), y (3) extender o tratar de poner en vigor más allá de la cruz ciertos aspectos de las ordenanzas rituales y ceremoniales de "la ley", cuando éstas necesariamente habían expirado. Pablo sin duda tuvo todo esto en cuenta cuando escribió. Como ya se dijo, la palabra "ley" -como la usa Pablo en la Epístola a los Gálatas- incluye tanto la ley moral -el Decálogo- como la ley ceremonial (ver Material Suplementario de EGW com. Gál. 3: 24); pero Pablo no se ocupa tanto de una u otra de ellas como del sistema judaico de justificación por las obras, que se basaba en esas leyes.

Fe de Jesucristo.

Es decir, fe en Jesucristo (ver com. Juan 1: 12; 3: 16; Rom. 4: 3; 5: 1). La justificación se recibe como un don o regalo de Dios por medio de Jesucristo (ver com. Juan 3: 16). Las obras no tienen nada que ver en esa transacción, pues, repetimos, es un don de parte de Dios hecho posible por medio de Jesucristo. Para que el hombre lo reciba, debe ejercer completa fe y confianza en Dios que puede y está dispuesto a justificar al pecador. La fe es el medio por el cual el hombre recibe la justificación.

Hemos creído.

Esto era cierto en el caso de Pedro y en el de Pablo; el primero ya sabía que la observancia de la ley no podía justificar a nadie. Por esa razón ambos habían acudido a Cristo para que los salvara del pecado. Pablo insinúa que esa profesión de fe era un reconocimiento de que sus anteriores observancias eran en sí mismas inútiles y vanas.

Nadie.

O ningún ser humano. Ver com. Rom. 3: 20.

17. Buscando. . . nosotros.

Los que "buscaban" eran los "judíos de nacimiento" (vers. 15); es decir, los cristianos de origen judío que procuraban ser "justificados en Cristo".

Ser justificados en Cristo.

Por lo menos debido a su profesión de fe, los cristianos de origen judío reconocían la necesidad de recurrir a Cristo para la salvación, y así tácitamente admitían la insuficiencia de " "las obras de la ley" (vers. 16).

También nosotros.

Mejor "nosotros mismos" " (VM). En el texto griego la construcción sintáctica destaca el pronombre.

Somos hallados pecadores.

Es decir, además de los gentiles pecadores del vers. 15. El texto griego dice literalmente "hemos sido hallados pecadores" (VM), lo que indica un determinado momento en el pasado, después de llegar a ser cristianos. Cristo había prometido la justificación a los que acudieran a Dios por medio de él (vers. 16); pero si los que buscaban eran aún "pecadores", entonces la provisión de gracia concedida por Cristo era insuficiente. Si había hecho una promesa y no la podía cumplir, debía entonces ser considerado como responsable porque permanecía en estado de pecado.

Ministro de pecado.

Gr. servidor ( diákonos ) de pecado. Es decir, aquel por medio del cual llegamos a ser pecadores y, por lo tanto, culpable de que lo seamos. Esto habría llegado a suceder si se aceptaban las exigencias de los cristianos judaizantes, pues aunque se llamaban cristianos, sostenían que era necesario un estricto cumplimiento de la ley ceremonial para ser libres de pecado. Si así hubiera sido, ¿para qué ser cristianos? De ese modo los cristianos volverían a ser lo que antes eran: pecadores condenados por la ley Pablo concluye que si Cristo pedía eso de ellos, entonces se había convertido en un instrumento o cómplice de pecado.

En ninguna manera.

Sin embargo, esa era la conclusión lógica, aunque absurda, a la que conducía la posición de los judaizantes. La idea es descabellada y completamente contraria a todo concepto acertado de lo que ha hecho Cristo para salvar al hombre del abismo en que lo han puesto sus pecados. Tratar de sustituir la fe por las obras es confundir y distorsionar la sencilla verdad del Evangelio de que la salvación es solamente por fe.

18. Las cosas que destruí.

Es decir, las observancias rituales del judaísmo como medio de salvación. Si un judío aceptaba a Cristo era una admisión tácita de que el judaísmo no podía de ninguna manera salvar al hombre. Aunque Pablo escribe en primera persona, es evidente que piensa en lo que sucedería con todos los judíos convertidos al cristianismo.

Vuelvo a edificar.

Es decir, si vuelvo al sistema legal judío para tratar de hallar justificación después de que yo, como cristiano de origen judío, reconocí la completa ineficacia de la ley como medio de salvación y acudí a Cristo en busca de justificación.

Transgresor.

Si un judío convertido volvía a las prácticas del judaísmo como un medio de salvación, era admitir la ineficacia de Cristo para salvar al hombre sólo por la fe; además, aceptaba que había cometido un error al apartarse del judaísmo y que por haberlo hecho se había convertido en "transgresor" de la ley ritual. Esto era precisamente lo que había hecho Pedro (vers. 11-14) y hacían todos los judaizantes.

19. Porque yo.

La sintaxis del texto griego destaca el pronombre "yo". En el vers. 18 Pablo habla como si él fuera uno de los judaizantes, pero ahora se refiere a su experiencia personal (vers. 19-21).

Por la ley.

Pablo había comprobado por experiencia personal, al buscar la salvación por medio de los requisitos del sistema legal, la ineficacia de esas ceremonias. Además, ahora comprendía que la ley presentaba a Cristo ante el pecador.

Muerto para la ley.

Es decir, sin tener nada más que ver con la ley. Pablo había esperado antes ser justificado por medio de un cuidadoso cumplimiento de todos los requisitos de la ley; ese había sido el propósito de su vida. Pero ahora que se le había hecho claro el verdadero propósito de la ley, comprendía que no podía esperar ayuda de esa fuente. Por lo tanto, había abandonado completamente la observancia de leyes como medio para alcanzar la salvación.

Vivir para Dios.

La vida de Pablo se orientaba ahora hacia Dios, así como antes lo había estado hacia la ley Su propósito en la vida era posesionarse del medio de salvación que Dios proporcionaba bondadosamente (ver Fil. 3: 13).

20. Con Cristo estoy juntamente crucificado.

Es decir, Pablo había aceptado la expiación proporcionada por la muerte de Cristo en la cruz (ver Rom. 6: 3-11; Fil. 3: 8-10). Se consideraba a sí mismo como muerto al pecado, al mundo y a los métodos ideados por el hombre para lograr la justificación, como si él hubiera sido realmente crucificado. Ya no sentía la atracción de esos métodos; en su corazón no había respuesta para ellos.

Y ya no vivo yo.

Pablo había muerto a algunas cosas, pero estaba completamente vivo para otras. Su actividad después de su conversión era tan intensa como lo había sido antes, pues la vida de un cristiano no es una vida de inactividad. Jesús habló de esa nueva vida como una vida más abundante (Juan 10: 10). Jesús es la fuente de la vida, por lo tanto, no se puede apreciar verdaderamente la vida sin tenerlo en cuenta a él.

Vive Cristo en mí.

Este es el secreto de una vida cristiana de éxito: Cristo viviendo en nosotros, a la vista de todos, la misma vida perfecta que él vivió en la tierra. El amor de Cristo nos constriñe (2 Cor. 5: 14) y la justicia de Cristo llega a ser una realidad en nuestra vida (Rom. 8: 3-4).

En la carne.

Es decir, esta vida. El cristiano está aún en el mundo, aunque no pertenezca a él (Juan 17: 11, 14).

Fe del Hijo de Dios.

Es decir, fe en el Hijo de Dios. Existe evidencia textual (cf. p. 10) que favorece la variante "fe en Dios y Cristo".

21. No desecho.

O "no soslayo", "no anulo". Volver al sistema legal de justificación por obras anularía todo lo que se ha recibido mediante la gracia de Dios, por fe en Jesucristo. Pablo se niega a acceder aunque sea por un momento a las exigencias de aquellos que, como Pedro y los judaizantes, insisten en volver a las obras de la ley como base para la justificación. Esto debe considerarse como una reprensión del proceder de Pedro (ver com. vers. 15). Resulta, pues, evidente la conclusión de Pablo: que los que como Pedro se separaban de los cristianos gentiles, estaban frustrando la gracia de Dios.

Si por la ley fuese la justicia.

Si no se necesita la gracia, el Evangelio no tiene valor ni atracción. Cuando Pablo se ocupa de la justificación que recibió Abrahán por medio de la fe, argumenta que la recompensa que recibe el que obra no es un favor ni una dádiva, pues le pertenece como resultado de sus propios esfuerzos (ver Rom. 4: 4-5). Ahora bien, si por las obras de la ley uno pudiera obtener todos los beneficios que vienen por medio del Evangelio, el plan para la salvación del hombre por medio de Jesucristo habría sido innecesario. La lógica de esta conclusión debe haber sido evidente para Pedro y para todos los que estaban siguiendo su ejemplo.

CBA T6





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