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10 Adoración al Señor - Libro Complementario

La Adoración al Señor

E1 libro de Esdras relata el regreso de los israelitas del exilio babilónico. Ellos construyeron el altar y echaron los cimientos del templo, reemplazando al Templo de Salomón, que había sido destruido. Esdras 3:11 (RVA15) describe la escena:

«Cantaban alabando y dando gracias al Señor. Y decían: "¡Porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia sobre Israel!". Todo el pueblo gritaba con gran júbilo, alabando al Señor, porque eran colocados los cimientos de la casa del Señor».

Cuando se completó el nuevo templo en marzo del 515 a. C., el pueblo de Dios se mostró nuevamente complacido. «Los hijos de Israel, los sacerdotes, los levitas y los demás que habían regresado de la cautividad, hicieron la dedicación de esta casa de Dios con gozo» (Esdras 6: 16). Ofrecieron muchos sacrificios y «organizaron a los sacerdotes en sus tumos y a los levitas en sus clases, para el servicio de Dios en Jerusalén» (Esdras 6: 18).

Una vez más, cuando los muros de Jerusalén fueron reconstruidos bajo el liderazgo de Nehemías, la gente alabó al Señor. La reparación básica de la estructura de la pared se completó en solo 52 días. Este logro maravilloso se menciona en Nehemías 6: 15-16, y la dedicación del muro se describe en Nehemías 12: 27-43. Lo que estuvo en ruinas durante casi 150 años se reconstruyó en menos de dos meses porque el gobernador Nehemías motivó a su pueblo a actuar de manera decidida.

El valor del liderazgo no puede ser sobreestimado, y Nehemías es un ejemplo sobresaliente de lo que el liderazgo fiel puede lograr. Los israelitas celebraron jubilosos porque estaban agradecidos por la protección, dirección y bendiciones de Dios. «Cuando llegó el momento de dedicar la muralla, buscaron a los levitas en todos los lugares donde vivían, y los llevaron a Jerusalén para celebrar la dedicación con cánticos de acción de gracias, al son de címbalos, arpas y liras» (Nehemías 12: 27, NVI).

La celebración estuvo bien organizada. Dos grandes coros se reunieron para alabar al Señor y darle gracias. Ambos coros fueron ubicados en el muro, pero marchando en direcciones opuestas, uno a la derecha y el otro a la izquierda. Esdras dirigió el grupo que marchaba a la derecha (Nehemías 12: 36), y Nehemías el otro (Nehemías 12: 38). Otros líderes de Judea se dividieron entre las dos procesiones. Los sacerdotes formaban parte de la celebración, y los cantantes iban acompañados de instrumentos musicales, entre ellos platillos, arpas, liras y trompetas.

El pueblo de Dios adoraba al Señor y cantaba sobre su fidelidad, su bondad y su amor. Se estaba celebrando la bondad de Dios hacia ellos. «Aquel día se ofrecieron numerosos sacrificios, y se regocijaron, porque Dios los había recreado con grande contentamiento; también se alegraron las mujeres y los niños. Y el alborozo de Jerusalén se oía desde lejos» (Nehemías 12: 43).

El significado de la adoración

La adoración era fundamental en la relación de los israelitas con Dios y es un tema predominante en las Escrituras. Además de la necesidad de comprender el carácter de Dios, la adoración desempeña un papel crucial en el desarrollo del conflicto entre el bien y el mal. La Biblia describe una batalla intensa entre la adoración verdadera y la falsa. El tema es recurrente en numerosos pasajes que mencionan la adoración como un asunto fundamental al final de la historia del mundo. El gran conflicto tiene su origen en el tema de la adoración, y el conflicto entre las fuerzas del bien y el mal, Dios y Satanás, culminará con una lucha intensa en este sentido (ver Apocalipsis 13-17)

Satanás tiene la intención de arrastrar al mundo entero a la adoración falsa. Observe las siguientes declaraciones relacionadas con una batalla que se describe como la adoración de la bestia frente a la adoración de Dios:


«Y adoraron al dragón porque le había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia diciendo: "¿Quién es semejante a la bestia, y quién puede combatir contra ella?". [...] Y le adorarán todos los habitantes sobre la tierra, cuyos nombres no están inscritos en el libro de la vida del Cordero, quien fue inmolado desde la fundación del mundo» (Apocalipsis 13:4,8, RVA15).

Adorar implica darle a Dios el reconocimiento que se merece por lo que es y por lo que hace. Y darle ese valor a Dios exige una respuesta adecuada de nuestra parte, expresada en el comportamiento ético de nuestras decisiones cotidianas.

La palabra hebrea abo da («servicio», «adoración») denota hacer la voluntad o la obra de Dios. Adorar a Dios significa servirle, motivados por una relación genuina con él. En un sentido más amplio, incluye todo nuestro estilo de vida en lugar de meras ceremonias, sacramentos y ritos (ver Deuteronomio 10: 12-13; Isaías 58: 3-14; Oseas 6: 6; Amos 5: 12-15; Miqueas 6: 6-8; Zacarías 7: 3, 8-10; 8: 16-18; Romanos 12: 1).

«El Señor dice: "¿Para qué me traen tantos sacrificios? Ya estoy harto de sus holocaustos de carneros y de la grasa de los terneros; me repugna la sangre de los toros, carneros y cabritos. Ustedes vienen a presentarse ante mí, pero ¿quién les pidió que pisotearan mis atrios? No me traigan más ofrendas sin valor; no soporto el humo de ellas. Ustedes llaman al pueblo a celebrar la luna nueva y el sábadoe, pro yo no soporto las fiestas de gente que practica el mal. Aborrezco sus fiestas de luna nueva y sus reuniones; ¡se me han vuelto tan molestas que ya no las aguanto!»(Isaías 1:11-14, DHH).Esta es una acusación grave en un tono muy decepcionado. Por medio del profeta Amos, Dios también condenó la adoración manipuladora que no estaba motivada por acciones justas:

«Odio y desprecio las fiestas religiosas que ustedes celebran; me disgustan sus reuniones solemnes. No quiero los holocaustos que ofrecen en mi honor, ni sus ofrendas de cereales; no aceptaré los gordos becerros de sus sacrificios de reconciliación. ¡Alejen de mí el ruido de sus cantos! ¡No quiero oír el sonido de sus arpas! Pero que fluya como agua la justicia, y la honradez como un manantial inagotable» (Amos 5:21-24, DHH).El verdadero conocimiento de Dios conduce a la gratitud y la adoración, que es la respuesta natural a la gracia y la misericordia. Adorar es restablecer una actitud genuina hacia Dios. Abram construyó altares e invocó el nombre del Señor como testimonio (Génesis 12: 8). Siglos después, la adoración del pueblo del Antiguo Testamento giraba en torno al santuario, «casa de oración para todos los pueblos» (Isaías 56: 7, DHH). En el principio del mundo, el primer relato que diferencia entre la adoración verdadera y falsa se relaciona con los sacrificios de Caín y Abel. En esta historia, Dios proporciona importantes conocimientos sobre la adoración verdadera y falsa, enseñando los elementos fundamentales de acercarnos genuinamente a él.

Las muchas lecciones que se pueden aprender de la historia de Caín y Abel surgen de esta pregunta: ¿Por qué aceptó Dios el sacrificio de Abel, pero rechazó la adoración de Caín? Como respuesta, encontramos cinco factores incluidos en Génesis 4: 3-9 que nos dan una idea de las características de la auténtica adoración:
 
1. El tipo de sacrificio. El sacrificio de Abel contenía el elemento de la sangre, mientras que Caín solo ofreció vegetación. Esto nos indica que la verdadera adoración debe ser siempre teocéntrica. Debe estar enfocada en el Mesías y en lo que Jesús hizo y sigue haciendo por nosotros. El simbolismo de la sangre proveniente de un sacrificio animal jugó un papel fundamental.
 
2. La naturaleza del sacrificio. Caín trajo una porción de productos de la tierra, mientras que Abel ofreció lo mejor de lo mejor. La verdadera adoración debe ser nuestra mejor respuesta al amor de Dios, una sumisión total a él, y no parcial. La gratitud por su gracia y su bondad nos lleva a una entrega total.

3. Una motivación genuina. Génesis 4: 4-5 señala que Dios miró primero a los individuos (Caín y Abel) y luego sus sacrificios. El primer interés de Dios es en las personas, no en lo que están haciendo. Él primero mira nuestros corazones en adoración. La verdadera adoración debe nacer de un corazón desinteresado, con motivos sinceros. La adoración aceptable siempre debe ser auténtica, sincera y honesta.

4. La voluntad de obedecer. Caín jugó con Dios, pretendiendo manipularlo a través de su sacrificio. Esto queda en evidencia en lo que Dios le dice a Caín: «Si hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto» (Génesis 4: 7, NVI). Caín quería actuar a su manera, manipulando a Dios para apaciguarlo. Abel, por otra parte, se mostró dispuesto a escuchar y seguir las instrucciones de Dios. La verdadera adoración debe estar conectada con la voluntad de obedecer.

5. Una actitud humilde. Toda la historia enseña que podemos llegar a Dios tal como somos, pero no de cualquier manera: solo un espíritu contrito y un corazón humilde son aceptables (Isaías 57: 15). Una actitud correcta hacia Dios y los demás seres humanos es un factor clave en la adoración.

La importancia del canto

Expresar adoración por medio del canto es una forma hermosa de encapsular la alegría de la vida. El canto formaba parte de la adoración en el santuario (2 Crónicas 23: 18). Los salmos eran cantos y oraciones diseñadas para diferentes ocasiones y situaciones. Los mejores cantos comienzan con Dios, terminan con él y lo tienen como tema central: él es la esencia del amor, de la gracia, de la misericordia y del perdón. Los cantos que expresan temas de valor, fe, amor, esperanza y fidelidad son una respuesta apropiada al cuidado de Dios. El profeta Isaías profetizó:

«Y los redimidos por Jehová volverán a Sion con alegría; y habrá gozo perpetuo sobre sus cabezas. Tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido» (Isaías 35:10).

Estos cantos varían en sus funciones, pero todos apuntan a la protección, el amor y la victoria de Dios. Una increíble historia de la vida del rey Josafat ilustra el valor del canto. Israel fue atacado por los moabitas y los amonitas, lo que provocó que el pueblo de Dios ayunara y orara pidiendo ayuda. Dios les aseguró a través del profeta Jahaziel que él los protegería y que no tendrían que luchar contra sus enemigos. «Quédense quietos y observen la victoria del Señor. Él está con ustedes, pueblo de Judá y de Jerusalén. No tengan miedo ni se desalienten. ¡Salgan mañana contra ellos, porque el Señor está con ustedes!» (2 Crónicas 20: 17, NTV). Esta seguridad de Dios produjo una alegría enorme y los israelitas alabaron al Señor.

Al día siguiente, el rey Josafat nombró cantantes «para cantar al Señor y alabar el esplendor de su santidad» y los colocó «al frente del ejército» (2 Crónicas 20: 21, NVI). El resultado fue asombroso: «Cuando comenzaron a cantar y a dar alabanzas, el Señor hizo que los ejércitos de Amón, de Moab y del monte Seir comenzaran a luchar entre sí. Los ejércitos de Moab y de Amón se volvieron contra sus aliados del monte Seir y mataron a todos y a cada uno de ellos. Después de destruir al ejército de Seir, empezaron a atacarse entre sí» (2 Crónicas 20: 22-23, NTV). Dios les dio una increíble victoria a través del canto.

En la historia medieval también se cuenta una victoria similar. Los husitas (seguidores de John Huss) tuvieron que luchar para defender su programa de reforma cuando los cruzados llegaron a Bohemia para aplastarlos. Las demandas de los husitas contrariaban las enseñanzas de la iglesia establecida. Ellos querían predicar el evangelio en su idioma checo nativo, celebrar la Cena del Señor con pan y vino tanto para los sacerdotes como para los laicos, permitir que el clero siguiera el ejempío de pobreza de Cristo y mantener un alto estándar de moralidad para todos, independientemente de su cargo eclesiástico.

Indispuesta a capitular ante estos asuntos dogmáticos, la iglesia envió militares para que aplastaran a los husitas. El ejército católico romano, bien entrenado y organizado, de más de cien mil integrantes, avanzó contra los campesinos. Los reformadores no eran guerreros, pero creían firmemente que Dios los ayudaría porque estaban defendiendo su causa. La batalla de Domazlice, librada el 14 de agosto de 1431, fue notable porque, cuando los cruzados vieron las banderas de los husitas y escuchar su himno de batalla, «Vosotros que sois guerreros de Dios y de su ley», entraron en pánico. Las fuerzas papales invasoras emprendieron la retirada y fueron derrotadas (Thomas A. Fudge, Jan Hus Bet-ween Time and Eternity: Reconsidering a Medieval Heretic (Lanham, MD: Lexington Books, 2016, p. 169).

Hay otra extraordinaria historia bíblica que muestra el poder del canto. Pablo y Silas, encarcelados por predicar el evangelio, cantaron mientras permanecían en la prisión de Filipos. «A medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían» (Hechos 16: 25). Como respuesta, Dios intervino milagrosamente. Un fuerte terremoto se desató, liberándolos de la cárcel y permitiéndoles testificar al carcelero. Tanto él como su familia se convirtieron, aceptando a Jesucristo como su Salvador personal.

Pero quizás la declaración más hermosa, e incluso asombrosa, relacionada con el canto se encuentra en el libro de Sofonías. Se afirma que Dios mismo les canta a sus hijos (algo que se menciona solo en este pasaje de la Biblia):

«El Señor tu Dios está en medio de ti; ¡él es poderoso, y te salvará! El Señor estará contento de ti. Con su amor te dará nueva vida; en su alegría cantará» (Sofonías 3-.17, DHH).

¡Cuan reconfortante es pensar que Dios está ansioso por celebrar a sus hijos cantando! Y al final, habrá una canción para todos. La adoración alcanzará nuevas dimensiones en las cortes celestiales. Los que cantan a Señor con alegría ahora (Colosenses 3: 16), cantarán el canto final de la victoria. 
 
Cantarán el canto de Moisés y el Cordero:

«También vi como un mar de vidrio mezclado con fuego, y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, sobre su marca y el número de su nombre, de pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: "Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, Señor, y glorificará tu nombre?, pues solo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado"» (Apocalipsis 15:2-4).

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